Leonardo siempre ha sido un gato inteligente, frío y manipulador. De un color negro azabache, siempre ha sido un gato intruso que se salía con la suya. Una de sus mayores travesuras era romper las bolsas en donde estaba su comida guardada en un mueble donde él entraba con mucha comodidad, por lo que a veces se nos escondía y cuando lo encontrábamos, ya había roto la bolsa y se daba el banquete de su vida. Pero ese día, fue diferente. Habíamos llegado recién del supermercado con las compras del mes y comenzamos a ordenar la mercadería en la clásica despensa. Por alguna razón, no cabían dos kilos de harina que habíamos comprado y las tuvimos que guardar en ese mueble donde Leo, el gato curioso, se escondía y hacía lo que más le gustaba. Entre la conversación y el trabajo de sacar la mercadería, Leonardo se perdió y pensamos que se encontraba detrás de la cortina, donde siempre se esconde a observarnos de manera amenazadora. Siempre he creído que se deleitaba mirándonos y pensando que éramos sus esclavos y que estábamos trabajando para él.
Lo que sucedió después, no lo esperábamos. Pasado un rato, nos preguntábamos dónde estaba. Lo llamamos, nos asomamos por el balcón, pensando lo peor. Pensando que al pobre Leo le había dado la locura y creía que había dominado la técnica de volar. Pero gracias a los dioses gatunos, no fue así, De repente, escuchamos un pequeño rasguño en la puerta del mueble donde estaba su comida...y también la harina. Nos miramos y pensamos: "Bueno, ya sabemos lo que está haciendo". Pero en realidad, no lo sabíamos. Cuando abrimos la puerta, nos pillamos con un escenario digno de un circo. Era Leonardo y había abierto el envase de harina y se revolcaba sobre él. Era impresionante verlo, estaba completamente blanco. Su negro perfecto apenas se dejaba ver en la cola. Literalmente, era una escalopa con patas, que maullaba, nos miraba y más se revolcaba. Nos reímos un rato y él se veía feliz con su teñido harinoso, pero esta vez, el gato curioso no se salió con la suya, ya que se ganó por primera vez lo que muchos gatos odian: una ducha tibia. Luego de esto, nunca más se metió al mueble y también nunca más me volví a ver con la persona que estaba conmigo en ese momento.