Esta es la historia más personal que he escrito, porque aunque no me cabe duda de que los otros relatos de gatitos son igual de buenos, esta historia tiene un significado muy especial para mí. Se trata de cómo llegó a mi casa mi gato 'Pepito', que a estas alturas su nombre deriva en varios otros como Pepín, guatón, pepón. Cualquiera es un buen apodo para él, que hasta el día de hoy, no entiende muy bien cómo se llama.
Era una tarde soleada de mayo del 2004. Recuerdo que era día domingo, porque por las calles casi no pasaban autos y las veredas se veían solitarias. Sólo el ruido agudo de un pequeño gato se dejaba apreciar. ¡Qué extraño!, pensé. Era raro porque se sentía muy cerca de las ventanas. Fui a ver y claro, ahí estaba: un pequeño gato blanco con negro, con una manchita en el hocico. A pesar de que mi intención fue ir y acariciarlo, me detuvo la idea de que mi papá no quería animales en la casa. Tuve que observarlo desde lejos.
Así pasaron tres días más y el gatito seguía insistiendo fuera de la casa. Sus gritos eran cada vez más intensos. No importaba el frío, la lluvia o el calor, él se instalaba todo el día en el hueco de la ventana. Hasta que me decidí. Con mi hermano mayor de cómplice, decidí entrarlo en ese momento y por unos pocos minutos. ¡Era tan pequeñito! Tenía sus patitas peludas. Jugamos con él y le dimos arroz en un pocillo. Yo sabía que una mascota significa mucha responsabilidad y cuidado. En definitiva, llegué a sentir un amor tan grande por él, que sabía me costaría dejarlo ir. Y así fue.
Chantajeé a mi hermano para que lo dejáramos en el patio trasero de mi casa. "Si nadie se dará cuenta, oh", le dije. Le instalamos una cajita para que durmiera y le dejamos comida. ¿Cómo le podemos poner? "Perlita", pensé. Es que no sabía que Perlita en realidad era Pepe, porque pensé que era hembra. Llegó la noche, yo estaba feliz porque nadie se había percatado de su existencia, hasta que se sintió un macetero caer fuerte. Era él. Esa fue la presentación oficial de Pepito frente a mis papás. ¿Qué tal?
Finalmente, mi papá aprobó que se quedara junto a nosotros. Hasta ahí todo bien con la Perlita, hasta que un buen día veo al gato al sol lavándose sus partes íntimas. Y ahí apareció algo que yo no había visto antes. Era Pepito. Rápidamente le cambié el nombre y le tuve que informar a todos que ya no era hembra, sino que era un macho.
Pepito ahora tiene 10 años. Es un gato adulto, fuerte y cariñoso. Aunque siempre ha sido un poco tímido. Lo castramos hace algunos años, para que tuviera una mejor vida y no se pasara la tarde en guerra con otros gatos por el amor. Es mi mayor confidente, un amigo de verdad. Hace poquito lo miré y le dije: "Pepe, ¿me prometes que serás inmortal?", él sólo atinó a mirarme. Yo lo tomé como un sí.