Casi como en una caricatura, todos los días un gato extraño entraba a hurgar entre los alimentos en mi cocina. A pesar del trato amable, que consistía en tomarlo en brazos, dejarlo en el patio y darle una pequeña porción de alimento, el animalito insistía en adentrarse entre los muebles y detrás del refrigerador en busca de comida.
Obviamente, no podía dejar para siempre cerrada la ventana de la cocina, además - si lo hacía - el pequeño peludo encontraba cualquier manera de ingresar a la habitación. Al tiempo, decidí adoptarlo - probablemente no tenía hogar - y le construí un pequeño espacio en mi casa, en donde tenía su platito con comida, agua, un cojín y todo lo necesario para vivir. Lo llamé 'Puky' (por otro gatito que tuve y que había llegado casi de la misma manera).
En tanto, Puky continuaba husmeando tras el refrigerador. Tras la insistencia del felino, le compré un juguete para que se distrajera, mientras la puerta de la cocina permaneciera abierta y se lo quitaba en cuanto cerraba todas las entrada a la habitación. Hasta que una noche olvidé poner el pestillo.
Me levanté a eso de las 4 de la madrugada - probablemente a buscar un vaso de agua - y bajé a la cocina. Escuché algunos rasguños que comprendí al encender la luz: la cola del gatito se asomaba detrás del refrigerador y se alcanzaban a ver sus patitas rascando la pared. Tomé a Puky en brazos, pero él saltó y se escabulló totalmente detrás del refrigerador.
Moví el electrodoméstico para sacar a mi gato de atrás: Puky tenía la pata introducida totalmente en un agujero entre las tablas. Y al mover al felino del lugar, me di cuenta de que ese inofensivo agujero no era nada más ni nada menos que una guarida de ratones. Luego de un grito - que salió desde mi alma y qué provocó que Puky saliese arrancando - le encontré razón a mi mascota.
Moraleja: si tus animales insisten en algo, hazles caso. No pueden hablar, pero sí te pueden indicar sobre algo importante. Segunda moraleja: no existe animal más inteligente que los ratones, ¡con razón el basurero amanecía vacío! ¡Iuuuuug!
Imagen CC Adrian Florea