Jaime es un amigo mío muy querido de la universidad. Ambos compartimos ese extraño y tierno amor por los felinos, que a veces resulta más que humano. Es por lo mismo, que siempre anda con sus atuendos llenos de pelos de tanto abrazar a su gatita y a mí me parece lo más dulce del mundo: excepto por esa vez, en que no llegó con su parte del trabajo a clases por culpa de ella.
Eran las 8 de la mañana y teníamos que presentarnos en una hora para rendir un certamen en grupo. Mi amigo era el encargado de traer las diapositivas que apoyarían toda nuestra presentación. Llegó 20 minutos antes de rendir la prueba con una cara digna de un velorio: había perdido el archivo y no sabía qué hacer. Estaba tan enojada, que no lo dejé dar explicaciones y comencé a desesperarme en busca de alguna alternativa, pero ya era demasiado tarde, el profe nos estaba llamando tras la puerta.
Entramos a la sala, formales de pie a cabeza sin saber qué decir. Tan sólo nos quedaba defender nuestra nota con el conocimiento que llevábamos en la cabeza. Pero Jaime habló, antes de si quiera presentarnos, y contó una historia que de seguro nos llevaría directo al sepulcro. "Profesor, esto es culpa mía" dijo mientras lo miraba fijo a los ojos, "o sea, no es tanto por mí, más bien fue mi gata".
El docente nos vio sin decir nada, silencio que mi partner aprovechó para relatar su desgracia. "Ayer compré un escritorio nuevo para mi computador, porque el anterior estaba muy feo" contó Jaime, -el resto observábamos a todos lados, sabíamos que estábamos fritos- y continuó: "y cuando uno compra un mueble está emocionado y lo limpia, y queda reluciente..."; y el profesor lo interrumpe: "¿y qué?". Jaime lo miró y dijo: "déjeme contarle".
La historia pintaba así: la gatita de Jaime, Ellie, es sin duda una regalona del hogar, reputación que le da derecho a utilizar la casa como le dé la gana y el reluciente escritorio de mi compañero, resultó terriblemente atractivo para ella. Insistió un montón de veces en subir, a lo que Jaime la sujetaba entre sus brazos para enseñarle que aquel pedazo de madera no era su lugar. Entonces, cuando mi compañero estaba totalmente sumergido en la presentación de Powerpoint, Ellie se encargó de preparar uno de sus saltos más memorables.
La gatita dio vueltas al rededor de él, buscando el mejor ángulo para ejecutar su acrobacia, tomó impulso -desde la mitad de la habitación, según relató Jaime- y de un brinco voló hacia el escritorio recién lustrado, en donde resbaló igual que en una pista de hielo, arrasando con todo el equipo computacional -el disco duro saltó al suelo- hasta caer de vuelta a la alfombra.
"Y después se escondió y no la pude pillar para retarla profesor y que arreglara el desastre que había hecho" agregó mi compañero. El profesor rompió en carcajadas por un largo rato, nos observaba y reía una y otra vez hasta que, finalmente, nos dio el tiempo que demoraran los otros grupos para arreglar nuestra presentación.
Obviamente no alcanzamos a hacer algo muy bueno en tan pocos minutos -razón por la que odié a Jaime- pero sí al menos él y su mascota aprendieron una valiosa lección; Ellie no volvió a subir al escritorio tras el porrazo que se dio y mi compañero, sí o sí, encerraría a su traviesa gatita en su próxima tarea.
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