El beagle es un perro hermoso. Es de estatura mediana a pequeña y regularmente su pelo es de tres colores: café, blanco y negro. Son escapistas. Ven una oportunidad y la aprovechan para salir de su casa e irse a vagar por las calles. Les encantan los paseos largos y olfatear todo lo que esté a su alcance.
Un día nuestro beagle se escapó. Llegué a la hora de comida a mi casa como de costumbre, y mi hija me dijo:
–Papá, ¡Yoshi no está!
–¿Dónde está?
–No sé, cuando salí a darle comida ya no lo encontré.
Unos dias antes, solicité un servicio de limpieza al patio trasero donde tenemos a nuestra mascota. El cerco contiguo a nuestra casa es de malla ciclónica y en la esquina estaban unas llantas que cubrían una parte del mismo. Cuando movieron las llantas me di cuenta que el material estaba algo dañado y lo reforcé con alambre para que nuestro beagle no tuviera forma de salir. Después que mi hija me dió la noticia, salí al patio a revisar por dónde se habría salido, y me dí cuenta que una parte de la barrera tenía los alambres separados, siendo por ese lugar por donde se había escapado Yoshi.
Salimos inmediatamente a buscarlo por las calles de nuestra colonia sin ningún éxito. Repetimos la búsqueda por la noche y las subsiguientes. Mi hija estuvo pegando fotos en postes, teléfonos públicos, ofreciendo una recompensa a quien diera noticias para localizarlo. Dos veces por semana yo acudía a la perrera municipal para preguntar si habrían atrapado algún beagle. Nos agregamos en las redes sociales a grupos cuyo objetivo era localizar perros extraviados y nos mantuvimos así desde el primer día que desapareció.
Tenia un pesar muy grande que crecía cuando salía al patio trasero y no lo miraba. ¡De verdad me sentía triste! No racionalizaba cómo podía sentirme triste por una mascota. Volvía a revisar el espacio abierto que tenía el cerco y me daba remordimiento por no haber sido más cuidadoso, luego me llegaban pensamientos sobre si nuestro perrito estaría pasándola mal.
Un mes exactamente después del día que nuestra mascota escapó, recibí una llamada a mi celular de una persona miembro de uno de los grupos en la red social.
–Subieron una foto de un perrito igual al suyo.
–¿Cuándo la subieron? –Le pregunté–. Para esto ya me sabía de memoria las fotos de beagles parecidos al nuestro que habían sido encontrados que, aunque para cualquiera podría ser idéntico, nosotros lo distinguíamos rápidamente. Así que pensando que sería uno de los tantos ya revisados, trataba de no hacerme muchas ilusiones.
–Lo acaban de subir, véalo, estoy segura que es el suyo.
Apenas terminé la llamada entré a la página del grupo que me indicó la amable mujer y ahí estaba, hasta me pareció que sonreía. Sé que suena exagerado, pero el corazón se me aceleró al verlo en la foto. Pensé en mi hija y la alegría que le iba a dar encontrarlo nuevamente. Fue algo grandioso verlo y traerlo de regreso a casa.
¿Cuándo es que una mascota deja de serlo para sentirla parte de tu familia?, ¿en qué momento es cuando recibes el amor que te transmiten de manera que los extrañas y empiezas a añorar esa mirada que te regalan cuando regresas a casa?
¿Tienes tú la respuesta?