Sucedió hace unos seis o siete años, pero fue un día que me quedó muy marcado. Estaba de vacaciones con mi familia, y ese día habíamos decidido ir a dar una vuelta a una parte del lago que nos gustaba porque era algo desconocida y llegaba poca gente. Éramos varias personas entre hermanos, primos, tíos, etc. y nos habíamos propuesto estar un par de horas, dar algunas vueltas por el lugar y luego volver.
Estab con uno de mis primos chicos, paseando y conversando, cuando vimos algo extraño a la orilla del lago. Por el viento y a forma del lugar, se hacían unas pequeñas olas en el borde de la playa, de modo que no se veía bien qué era, pero nos llamó la atención. Nos acercamos y a medida que estábamos más próximos al lugar, cada uno comenzó a intentar adivinar lo que era. En el más exagerado de mis pensamientos pensé que era un niño que se ahogaba, pero cuando estábamos casi por tocar el agua mi primo grita: "!Es un perro!".
Ambos nos metimos de inmediato al agua, pero algo no quedaba claro de la situación. Efectivamente era un perro, pero la forma de moverse era errática y no podíamos visualizar su cabeza. Casi cuando estábamos a su lado, nos dimos cuenta que tenía la cabeza hundida en el agua, y aunque poco, aunque pocos, los espasmos delataban que el perrito estaba aún luchando con las pocas fuerzas que le quedaban. Cuando llegamos al lugar, de forma instintiva, mi primo y yo tomamos al perro, que era de gran tamaño, e intentamos voltearlo o sacarlo. En ese instante, sentimos una enorme resistencia y simplemente nos fue imposible. No entendíamos si el can pesaba demasiado o si por alguna otra razón el agua hacía una extraña presión; en nuestra angustia simplemente no comprendíamos.
Acelerados y con temblores en las manos, seguíamos intentando sacarlo al mismo tiempo que revisábamos el cuerpo palpándolo por todas partes, ya que la vista no nos ayudaba a entender qué sucedía. En esto, mis manos tocaron lo que pensé podía ser una pata quebrada o algo así, pero se trataba de una extremidad demasiado laxa y blanda, de modo que tuve que disponer de mis dos brazos. Ahí entendí que realmente era una cuerda extremadamente gruesa que llevaba a algún punto en el fondo, totalmente invisible para nosotros por la suma de las olas, con la oscuridad del agua. Le dije a mi primo y entre los dos intentamos frenéticamente sacar las cuerda del cuello del perro, pero a esa altura no era sólo la cuerda gruesa, sino que un manojo de cáñamos fuertemente apretados que se incrustaban en la piel del animal.
En la desesperación quise salir del agua a buscar ayuda, pero el perro ya no reaccionaba y no tenía a nadie cerca. Con la angustia en la garganta tiramos de la cuerda hacia afuera con todas nuestras fuerzas. Una gran piedra se movió en el fondo y entendimos que era la única forma que nos quedaba. Desgraciadamente fueron varios minutos que estuvimos luchando hasta que pudimos sacar el cuerpo del agua. A esa altura la angustia se había transformado en una tremenda pena, impotencia y rabia, y cuando miraba al Rottweiler con la cuerda rodeando su cuello, simplemente me acordaba de mi perra de la misma raza que por años había sido mi mascota, hasta que había muerto por un tumor. La sensación era de impotencia total.
Pudimos desamarrar la cuerda y con mucha dificultad lo movimos varios metros hacia el interior. Hicimos un hoyo, metimos al malogrado can dentro y lo cubrimos. Con mi primo nos miramos fracasados y compartiendo la misma ira. No sabíamos bien qué más hacer, pero estoy seguro que tanto él como yo teníamos alguna intención de repetir algún rito funerario típico de los seres humanos. Cuando terminamos nos quedamos sentados en silencio, mirando el bulto bajo la arena. Tal vez, si los perros tienen un rito en torno a la muerte, sea algo similar a lo que hicimos.
Pasó un buen tiempo y nos fuimos con la rabia y pena invadiéndonos, sensación que siempre vuelve cuando pienso en la persona que ideó esa forma de terminar con la vida del perro. Creo que ahí está el problema, y es que sólo en el ser humano surgen estas formas de maltrato, maquinadas, retorcidas y en definitiva, perversas. Me apena no haber alcanzado a salvarlo.
Lo peor de todo, es que siempre he creído que los perros son seres que viven para acompañarnos, que casi como parte de una mitología sus vidas solo tienen sentido con seres humanos al lado. Y existen idiotas que así les pagan.