Muchas personas me decían que era el perro más viejo que habían visto. Yo no le daba tanta importancia porque para mí, "Dalí" seguía siendo el perro hiperquinético de siempre, quizás algo más gruñón.
A los 16 años aún corría como enajenado cuando salía a pasear y seguía saltando arriba de las camas. Aunque claro, con un empujoncito de por medio, pero eran sólo detalles. Su vista y su sentido de la audición se mantenían casi intactos.
Me olvidé de las estadísticas que dicen que los perros mueren, en promedio, a los 15 años y me dedique a regalonearlo. Así fue como Dalí cumplió 18.
Algunos se preguntan cómo lo hice, otros piensan que fue una gran suerte. Yo creo que fue su testarudez la que lo mantuvo vivo hasta los 19 años. Llegó cuando era un cachorrito de un mes y medio. Lo salvamos de un destino incierto con el cartonero; mi mamá lo vio tan frágil y chiquitito, que dijo: "este perrito va a ser enfermizo, hay que cuidarlo el doble". Tanto lo cuidó, que no se enfermaba con facilidad:
Desde los cinco años en adelante, nunca más comió nada que no fuera pelet comprado en veterinarias o galletas para perros. Eso fue lo que ordenó el veterinario, después de que casi se murió de una gastritis fulminante.
Nunca salió a pasear con lluvia, ni el día después de una lluvia. Jamás durmió bajo el frío, siempre en la cocina o dentro de la casa. Tuvo un buen veterinario, recomendado por una vecina que tenía muchos perros, todos sanos. Ese es un punto importante: busquen un buen veterinario. Casi nunca estaba solo. Siempre le dedicábamos tiempo y lo llevábamos cada vez que nos íbamos de viaje.
No fue más que eso, así es que no sabría descifrar cuál es la receta infalible para que un perro viva tanto, pero creo que el cariño y la compañía mutua, hacen que un perro sea feliz y la felicidad siempre nos da ganas de continuar existiendo. Además, dicen que los quiltritos son más fuertes.
Llegó el tiempo en que este perro negro, efusivo y querendón, tenía que descansar. Le falló el riñón y se fue, un sábado en la mañana, después de casi dos décadas de compañía, risas y una que otra tristeza. Por algo dicen que veinte años no es nada, no hay día en no nos haga falta nuestro viejo loco Dalí.