"Antonino" hoy es un gato grande y muy regaloneado. Si bien no vive conmigo, a menudo me llegan fotos y comentarios de sus anécdotas y maldades, historias que comparto con mi pequeño hijo, responsable de la nueva vida del gatito y de darme una importante enseñanza.
Íbamos de compras con mi pequeño, cruzábamos un parque cercano a mi casa, cuando un sonido familiar llamó mi atención. Supe de inmediato de qué se trataba. Comencé a buscar cerca de la pandereta y encontré la bolsa con el gatito adentro. Estaba sucia, la rompí con mis manos y salió, muy pequeñito, completamente sucio con su orina y sus excrementos. "¡Gente mala!", comenté, pero en ese entonces atravesaba una complicada situación, así que tomé la mano de mi hijo y le dije: "al menos no murió, pero no lo podemos ayudar más" y caminé. Mi niño, que entonces tenía tres años, se escapó de mi mano y tomó al gato, sucio como estaba, con sus manitos. Sus ojitos se clavaron en mí, "es que yo no lo quiero dejar aquí botado", me dijo. Me emocioné.
Siempre le enseñé a mi hijo que había que ayudar a los animales, que abandonarlos era de gente mala, muchas veces llevamos perritos abandonados a nuestra casa y les encontramos hogar, pero en ese momento le dije lo contrario, entonces, fue él quien me recordó mis propias enseñanzas. Cómo explicar mi emoción. Lo abracé fuerte y juntos hicimos lo correcto. Limpiamos al gatito y lo envolvimos en mi pañuelo. Nos olvidamos de las compras y lo llevamos a casa. Era muy pequeñito, de un mes aproximadamente, se resbalaba al caminar. Compramos sachet de comida que le tuvimos, que enseñar a consumir. Le expliqué a mi pequeño que debíamos encontrarle un hogar.
Comenzó la búsqueda, al mismo tiempo en que nos encariñábamos con el pequeño felino. No podía dejarlo en cualquier casa y si bien recibí ofertas como la de "llevarlo a una mueblería donde necesitan un gato para que se coma los ratones", me negué. Ya me había equivocado una vez, estando a punto de dejarlo solo a su suerte y no podía hacerlo nuevamente.
Mi hijo se quería quedar con él, pero para integrar un animalito al hogar hay que tener las condiciones para tenerlo bien y en ese momento, yo no podía. Hasta que un día recibí un correo. Era de una muchacha que se había mudado a vivir sola y buscaba compañía felina. No la conocía, así que acordamos juntarnos. Conversamos bastante, era una amante de los animales, me prometió darle al gatito lo mejor, llevarlo al veterinario y convertirse en su compañera (así lo decía ella). Me convencí. Fuimos a su casa, para conocer el lugar dónde quedaría el gatito. Mi hijo se sentía triste. Lo tomé en mis brazos para que se despidiera. Lo besó y dejó que se quedara en su nuevo hogar. "Tú lo salvaste", le dije, "y ahora el gatito estará bien gracias a ti". No me equivoqué. Esa misma noche, su nueva mami me escribió para contarme que el gatito se llamaba "Antonino". Lo llevó al veterinario, le regaló una gran camita. Desde entonces, cada cierto tiempo recibo noticias suyas que, claramente, comparto con mi hijo. Ya ha pasado poco más de un año de este rescate. En este tiempo, hemos tenido la oportunidad de ayudar a otro gatito, al que también le encontramos hogar, pero nunca olvidaré a Antonino, pues él y mi hijo me dieron una importante lección y cada vez que recibo una foto o un mensaje con sus buenas nuevas, puedo recordar que nunca se debe dar la espalda a un animalito que lo necesita.