Mi amiga Nella nunca había tenido un gato y, de hecho, no les gustaban mucho. Resulta que una noche paseando a su perro "Greco" (un labrador color chocolate, gordo y simpaticón) decidió ir un árbol más allá de lo que habituaban y allí, Greco metió su narizota en una cajita cerrada con cinta adhesiva, bueno medio cerrada, le pareció a Nella.
Mi amiga se alarmó porque Greco metiera la cara en una cochinada y cuando lo fue a regañar, vio dos puntos brillantes que se movían desde la caja y ahí mismo pensó: "Estoy frita, porque sea lo que sea, voy a tener que ayudarlo".
Nella se armó de valor, medio abrió la cajita y allí estaba Ágata, mínima, negrita, y por supuesto, muerta del miedo. "Alguien la había dejado junto a la basura, en una caja cerrada con cinta adhesiva, pero con huequitos hechos con un bolígrafo, así quizás el animalito respiraba hasta que se la llevara el camión de la basura, me imagino que pensó el desalmado que la dejó allí" relata mi amiga. "Hasta una botella de cerveza vacía le pusieron adentro, pero nada de comida". Obviamente la intención de quien la abandonó no era que la gata sobreviviera.
Nella se la llevó para su casa simplemente, porque sabía que cuando escuchara el camión de la basura pasando más tarde por su casa, nunca se lo perdonaría, porque ella sabía que la gata estaría ahí y sería recogida entre escombros y desperdicios. "¿Cómo puedes ser la misma persona si permites algo así de feo?", se preguntó.
Pues a pesar de las resistencias gatunas de Nella y por una razón que va más allá del remordimiento, Ágata se ganó su corazón. En un principio se mostró muy penosa, se escondía al menor ruido. Pensó que Greco se la comería de un bocado, pero siendo un perro viejo y bonachón, no sólo le pareció simpática la nueva integrante de la casa, sino que la dejaba que se acostara en su cama. Esa fue una de las señales que Nella tomó como "divinas". A los días, los dos amigos empezaron a dormir juntos. La otra razón fue su mamá. La madre de Nella había sufrido un infarto, unos meses antes que Ágata llegara a la casa. Y con los infartos -como pasa con muchas enfermedades del corazón- llega la depresión. Pero a pesar de ser Ágata negrita, llenó de luz a la casa y a la mamá de Nella, no le dejaban de sorprender y animar las típicas travesuras de un gato pequeño. A los días, Nella se encontró a su mamá cada vez más contenta, jugando con esa pequeña bolas de pelos o acariciándola cuando cesaba la energía gatuna y Ágata buscaba refugio. Se volvió la muñequita de su mamá y le volvieron las ganas de ser feliz.
No se puede desestimar el poder que puede tener un animalito. En este caso, Ágata fue rescatada y ella rescató a los demás en su camino: a un perro bonachón que ahora comparte su cama, a una madre deprimida que ahora sonríe y a una otrora "no persona gatuna" que ahora ama a su gata con locura.
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