La Tortuga Gigante de los Galápagos es sin duda la especie endémica más famosa de estas particulares islas ubicadas en el océano Pacífico. Aunque alguna vez las tortugas gigantes caminaron a lo largo del mundo, hoy en día sólo existen dos grupos principales, las que habitan el océano Índico y las de las Galápagos. De estas últimas, la mayoría de subespecies se encuentran en peligro de extinción; incluso, algunas como la llamada Tortuga de Pinta, en honor a la isla donde habitaba, nos han abandonado por completo.
La historia de estas tortugas gigantes cautivó al mundo entero cuando se descubrió que sólo quedaba un ejemplar en toda la isla: el famoso Solitario George. La mañana del domingo 24 de junio de 2014, George fue encontrado muerto en su contenedor por miembros del equipo del Parque Nacional de las Islas Galápagos. Su muerte fue una noticia mundial, debido a que esta tortuga se consideraba una de las criaturas más raras de todo el planeta, así como un ícono de la lucha por la conservación de las especies.
Durante gran parte del siglo XX la tortuga gigante de la Isla de Pinta se consideró extinta. De hecho, gran parte de su hábitat había sido destruido por los pescadores al intentar introducir animales de granja al lugar, con el objetivo de alimentarse durante sus viajes. Pero en 1971, un científico húngaro, mientras estudiaba babosas de mar, vio una tortuga gigante en la isla: se trataba de George. El ejemplar fue rápidamente trasladado al Parque Nacional con la esperanza de encontrar una hembra que permitiera salvar la especie; desafortunadamente, esto nunca ocurrió.
George se encontraba en buenas condiciones físicas y se estimó que tenía más de 100 años de edad. A diferencia de otras tortugas gigantes en el parque, George contrajo obesidad debido a la inactividad, por lo que se le sometió a una rigurosa dieta. Además, se puso en marcha el Proyecto Isabela, que tenía como objetivo limpiar la Isla de Pinta de especies ajenas a ellas y, posteriormente, reconstruir el hábitat de las tortugas.
En 1992, se transfirió a George a un nuevo contenedor donde los turistas pudieran visitarlo. Dos hembras de otra especie de tortugas gigantes fueron puestas con él. Al principio no mostraba interés en ellas, pero con el paso del tiempo inició su ritual de apareamiento. Aunque los científicos aseguraban que era –al menos vagamente- posible, lamentablemente no logro tener descendencia. Se encontraron un total de 15 huevos en 2008, todos ellos infértiles, y 5 huevos más un año después, con el mismo resultado, lo que acabó con las esperanzas de que la especie se salvara de la extinción total.
Durante las últimas dos décadas, biólogos conservacionistas del Departamento de Ecología de la Universidad de Yale han dedicado su vida al estudio de la genética de las tortugas gigantes de las Islas Galápagos; entre sus muchos descubrimientos, está un híbrido de tortuga Lobo con tortuga Pinta. Aunque esto no indica la existencia de otras tortugas de la Isla de Pinta, sí arroja esperanzas para, por medio de tecnología genética, revivir esta especie.
La relevancia del Solitario George va más allá de una singularidad biológica. Esta tortuga y su popularidad mundial nos han demostrado que los humanos aún tenemos la capacidad de sentir empatía por otras especies que habitan el planeta junto a nosotros. La lucha por la conservación de especies en peligro se libra con más intensidad que nunca, y a pesar de que diariamente muchas especies en peligro desaparecen para siempre, George nos recuerda la importancia de tenernos los unos a los otros, de que, en conjunto, podemos salvarnos.