Todos hemos, en algún momento, escuchado sobre la división arbitraria entre “gente de gatos” y “gente de perros”. Algunas personas se lo pueden llegar a tomar bastante a pecho, al grado que pareciera imposible que a alguien pudieran gustarle las dos mascotas sin entrar en conflicto. Hay otro tipo de personas, en el que me incluyo, que gusta de las mascotas en general, ya sean perros, gatos o hasta un loro. También existe un tercer tipo que yo ahora llamo “reformados”, gente que solía pertenecer al primer bando, pero que luego de conocer (realmente conocer) a una mascota de la especie que antes odiaba, termina por adorarla.
Mi novia Fer es una de estas personas. Durante el mes de abril del año pasado dos cosas pasaron en nuestra relación: nos pusimos a vivir juntos y, tan solo unos días antes, llegó a mi casa un gatito que no debía tener más de cuatro semanas y no tuve el corazón para abandonar. Fer no estuvo de acuerdo al principio, y las razones que me dio francamente me sorprendieron. “Un gato no te puede querer”. “Los gatos se van y jamás regresan”. “Los gatos son sucios y sueltan pelo”.
De cualquier modo la decisión estaba tomaba y llamé al gato Tito o Tito el Gatito. Afortunadamente Tito echo abajo el primer argumento de Fer casi de inmediato. Nunca había visto otro gato tan dependiente. No le gustaba quedarse solo, por lo que empezó a dormir en nuestro cuarto. Fer había tenido varias perritas a lo largo de su vida y las había acostumbrado a dormir en la cama, así que intenté acercarla a Tito de ese modo. Con el paso de los días se dio cuenta que Tito no dejaba olores en las cobijas y aún estaba muy pequeño para soltar grandes cantidades de pelo. Además, nuestro gatito solía acurrucarse entre nosotros, ganándose así una oportunidad de pertenecer a nuestra familia.
Los meses pasaron y la relación entre Fer y Tito prosperó. ¡Hacían todo juntos! Comer, estudiar, dormir. Cientos de fotos de ambos llenaron la carpeta de Tito en su computadora. Sin embargo, aún quedaba algo que no estaba resuelto: el hecho de que los gatos son exploradores natos y con regularidad se alejan de sus hogares y se pierden. Nuestra casa es grande para un gato y a Tito le encantaba perseguir aves en el jardín y trepar por los pisos y ventanas de la casa, pero aún no se atrevía a aventurarse más allá del portón de la entrada. O eso creíamos nosotros.
Una mañana me levanté para llenar de croquetas el tazón de Tito y pronto me percaté de que no estaba dentro de la casa. Antes de despertar a Fer lo busqué en el patio y en el jardín, pero no lo encontré. Yo tenía que salir para la universidad por lo que no me quedó más remedio que decirle lo que ocurría. Para cuando regresé Tito aún no había aparecido. Ningún vecino lo había visto y salimos a buscarlo sin éxito por toda nuestra manzana. Fer estaba inconsolable.
Pero esta no es una historia triste. Tito apareció antes de caer la tarde. Fer y yo discutíamos la posibilidad de llamar a protección animal o pegar carteles con la foto y el nombre de tito por todos los postes de luz de la colonia, cuando Tito entró por la ventana de nuestro cuarto, tranquilito, y se puso a comer. Hasta el día de hoy no sabemos dónde estaba, y nunca más ha vuelto a desaparecer. Ese mismo día lo metí a su caja transportadora y lo lleve a una clínica veterinaria pera realizarle una esterilización. De ese modo Tito no volvió a sentir el instinto de caza y más bien lo que quería era estar en casa. Ahora Fer podía gozar de todos los beneficios de vivir con un felino, con pocos de los contras. El pelo, principalmente, pero nada que un cepillo para gatos y unos veinte minutos tratando de cepillar a Tito no puedan arreglar.
Hoy en día planeamos adoptar un perro, y tal vez le toque a Fer enseñarme las ventajas de tener uno. Por mientras, vivimos con Tito y no somos gente de perros ni gatos, somos amantes de las mascotas, como cualquier persona que se precie de ser amigo de los animales.