Sucedió un 18 de septiembre de hace 2 años atrás. Veníamos con mi pareja de regreso de una reunión familiar, ya era tarde y decidimos darle un último paseo a nuestra perrita Dominga. Fuimos al Parque Forestal, y al poco rato de llegar nos percatamos de la presencia de un perro acostado bajo un banquito. Estaba solo, algo desanimado, y tenía puesto un cuello de polar. Nos dio mucha pena porque hacía frío, así es que corrí a mi departamento a buscar agua y comida, como solemos hacer cuando encontramos un perro abandonado. Al volver, le di el agua y el alimento, y con Sebastián, mi pareja, nos disponíamos a volver a casa, siempre con el corazón roto por no poder ayudar más. Pero resultó que el perrito dejó de lado su comida y nos siguió. Todo Dog Lover sabe que esta es la situación más difícil de enfrentar, porque te encuentras en la terrible disyuntiva entre la razón (no podíamos tener otro perro) y los sentimientos.
Finalmente le dejé la decisión a Seba, y yo corrí al departamento con Dominga, sin mirar atrás. A los pocos minutos Seba llegó con el perrito en brazos. Estaba débil y flaco, y me dijo que lo podíamos dejar alojar con nosotros durante la noche, cosa que por supuesto no fue así. Al verlo así de enfermo, lo llevamos al veterinario, y después de algunos exámenes, nos dijo que tenía distemper, pero que estaba en su primera fase, y con un tratamiento y alimentación adecuados, podía salvarse. Decidimos hacernos cargo de él hasta que sanara y luego encontrarle un hogar.
Nuestro departamento con dos perros era una locura: ambos inquietos y juguetones, se hicieron muy amigos, y nosotros nos encariñamos mucho con Federico. Era un perro sumamente regalón, cuando nos acostábamos él llegaba y con total desparpajo pedía meterse bajo las sábanas. Pero también me destruyó el futón y otras cosas, y nos dábamos cuenta que el amor no era suficiente, Federico necesitaba un lugar más amplio para desenvolverse.
Ya sano, decidimos buscarle una familia, tarea en la que mi abuelo, también amante de los perros, decidió ayudarme, y se demoró muy poco en lograrlo. Con mucha pena le entregamos a Federico a mi abuelo para que lo llevase a su nuevo hogar. Hasta el día de hoy lo recordamos con tristeza, por no haber podido tenerlo con nosotros, pero sabemos que era lo mejor para él y para nosotros también. Me quedé con su cuello de polar como recuerdo de que cualquier sacrificio vale la pena cuando se trata de salvar una vida.