Esta historia sucedió hace algunos años. Estábamos una tarde con mi pololo paseando por el barrio cerca de su casa, cuando de repente nos topamos con una triste escena: un can pequeño, que se notaba era tan solo un cachorro, caminaba vacilante por la vereda. Era un perrito rubio, de orejas caídas, y estaba absolutamente desnutrido. Caminaba lento y se iba de un lado para otro. Al acercarme, noté que no me miraba, no sabía si estaba ciego o simplemente "ido", pero le pedí a Sebastián, mi pololo, que fuese al quiosco cercano a comprar unas galletas para darle, sin entender la gravedad de su estado. Al darme cuenta que ni siquiera podía comer, me desesperé. Me puse a llorar y le dije a Sebastián que teníamos que llevarlo urgente al veterinario. En eso, el cachorro sigue caminando desorientado y se va hacia la calle. No me atreví a moverlo porque no sabía si estaba herido, así que, para protegerlo de un atropello, me senté con él en plena calle. Me tocaban la bocina y me gritaban que me corriera, y yo, en mi desesperación, les respondía a garabato limpio, mientras esperábamos a mi suegra que nos vendría a buscar en auto para llevarlo a un veterinario.
Finalmente lo llevamos, y el diagnóstico del vet fue lapidario: distemper en su fase neurológica; ya no había nada que hacer por él. O más bien, sí había algo: darle una muerte digna, rodeado de amor, donde por fin se librara de su dolor. Y así lo hicimos, con una inyección se fue rápidamente, mientras nosotros llorábamos de tristeza, de impotencia: "cómo no lo vimos antes, pudimos haberlo ayudado cuando todavía había esperanzas", pensábamos, y sentíamos rabia porque nadie nunca lo vio, enojo contra el sistema, contra la gente insensible que no hizo nada por él, enfado contra quien lo abandonó y no pensó en las consecuencias de ese abandono.
Lo bautizamos Rabito (no sé por qué) y lo enterramos en un terreno cercano a la casa. Estuvimos mucho rato cavando, en silencio, llorando a ratos, despidiéndonos de ese perro invisible a quien nadie le importó, un cachorro que no debe haber tenido más de 4 o 5 meses, y que en su corta vida solo sufrió. Nuestro consuelo fue haberlo enviado al otro lado con amor y sin dolor, y haber acelerado su proceso para que descansara por fin, al otro lado del arcoiris, donde muchos Rabitos invisibles mueven su colita libres de todo sufrimiento.