Llegó el verano del año 2000 y nuestra gata Milú había desaparecido. Su pérdida fue doblemente triste, porque había dejado dos gatitos de pocas semanas sin mamá. Jamás la culpamos a ella, supimos desde el primer momento que algo le había pasado. Los gatitos habían quedado huérfanos, justo cuando más necesitaban de su mamá. Era necesario que una gata los amamantara. Nosotros sabíamos que era malo darles leche común, pero había que alimentarlos de alguna manera. De pronto nos sentimos desesperados porque la situación de los gatitos era crítica. Por suerte, estos habían nacido en una buena época del año y no pasaron frío.
Un día vimos a una gata blanca con manchas amarillas bajar al jardín. Por un momento pensamos que se trataba de la desaparecida Milú, pero esta era una gata distinta, aunque adulta. Nos costó que confiara en nosotros, pero con cariño y alimento accedió. Al poco tiempo nos dimos cuenta que la nueva gata no maullaba, solo se limitaba a abrir el hocico para maullar, sin emitir sonido alguno. Probablemente estaba muda, pero no sorda, porque pareció entendernos cuando le hablamos. Decidimos ponerle Sakura, pensando en algún nombre de origen japonés. Curiosamente, Sakura se acercó a los gatitos huérfanos, y poco a poco estos entendieron que podían buscar cariño, abrigo, e incluso alimento en esta nueva mamá. Si bien la gata muda no podía maullar, los gatitos se acercaban a ella cuando la veían aparecer. Sakura, en un acto fraterno, dejaba que los gatitos se recostaran sobre ella y buscaran amamantarse.
Fue así como estos empezaron a crecer, luego de haber sufrido la pérdida de su verdadera mamá. Ahora, Sakura se transformó en su madre adoptiva, ya que alimentaba y cuidaba de ellos. Entre amigos y familiares hubo interesados en adoptarlos, quienes a su vez encontraron un nuevo hogar. Mientras, Sakura, la gata muda, vivió muchos años en mi casa, hasta que un día también desapareció, tal vez su vocación era ser madre sustituta y encontrar gatitos para adoptarlos como suyos.