Una de mis amigas de la vida siempre había amado a los perros y los gatos, pero viviendo en Santiago nunca se había decidido a tener uno, por diversos motivos, entre los cuales claro, el miedo a fallar siempre está presente. Además, tenía mi experiencia como referente: mi perrita Domi en sus inicios era destructora, me rompió toda la casa, se comió el piso flotante y hasta un iPod. Pero uno nunca sabe las sorpresas que nos tiene la vida. Un día paseaba con una amiga muy lejos de su casa, y cuando se bajó de la micro, vio en un paradero un perrito pequeño abandonado en un estado lamentable: con largas motas pegadas, una orejita caída, flaco y triste. Mi amiga, aunque vivía sola creía que no iba a ser capaz. Pero al ver a este perrito tan desamparado, se dijo "si lo encuentro a mi regreso, me lo llevo". Y así fue, el perrito seguía en el mismo lugar cuando salió, así es que lo metió a su mochila y se subieron a la micro de vuelta con él.
El perrito tenía un olor muy fuerte, y al llevarlo al veterinario supieron que se debía a que tenía obstruido su ano con sus largos y rizados pelos motudos, no podía hacer caca, cosa que pudo costarle la vida si no es porque mi amiga tuvo esa corazonada de rescatarlo. Por supuesto, estaba además cubierto de pulgas, tenía una que otra garrapata, y estaba desnutrido. Lo pelaron, le hicieron su baño sanitario y comenzó su vida con mi amiga, quien lo bautizó como Frijol, porque era chiquitito y porque esa palabra le hacía gracia.
Frijol poco a poco se recuperó, con su pelo corto se dieron cuenta que tenía mucho de schnauzer, con su orejita caída como simpática característica. Se convirtió en el compañero de mi amiga, y meses después sus papás se encariñaron tanto con él, que decidió entregarles a ellos el cuidado, en una casa con patio donde estaría mucho mejor que en un departamento.
Hoy Frijol es el consentido de la familia, la compañía de sus papás, y nos enseña una importante lección: no hay momento adecuado para adoptar. A veces pareciera que nunca se dan las condiciones, pero los desafíos se nos presentan cuando menos lo esperamos, y son segundos decisivos en los que tienes que optar entre pasar de largo o jugártela a pesar de tus problemas o temores. Nunca te arrepentirás de haber rescatado un animalito abandonado. Frijol y muchos más son animales a los que la vida les ha dado una segunda oportunidad, y esa suerte se les ve cada día en sus ojos agradecidos.