Para muchos, el título puede parecer una sorpresa, sin embargo, es una metáfora de lo que ocurrió en vísperas de la Navidad. Todos deben saber que tener una mascota es complicado, más cuando son pequeños y suelen correr de un lado a otro; en mi caso fue el descontrol de mi felina lo que terminó jugando en contra.
La verdad es que nunca he sido amante de los gatos, incluso cuando mis hermanos pequeños pedían uno como mascota, yo me negaba rotundamente. Soy alérgica al pelo que desprenden, además que era una responsabilidad de la que tarde o temprano terminaría haciéndome cargo, así que traté de evitar el adoptar un gato, a pesar de esto, nuestra madre no tardo en ponerse del lado de los más pequeños de la casa, terminando así con un integrante más en la familia, nuestra gatita.
Al principio nuestra relación no fue la mejor, siempre he sido de las personas que se mueven en todas direcciones, por lo que con su energía y dinamismo, me seguía a todas partes. Comencé a sentirla como una molestia, más aún por el nombre que mis hermanos decidieron darle. ''Princesa'' fue lo primero que se les ocurrió, como una especie de burla, por la forma en que mis papás me dicen cuando estoy enojada. Entonces, Princesa y yo no encontrábamos la forma de encajar, o al menos yo no le daba la oportunidad de hacerlo, a veces amanecía con ella durmiendo, porque por las noches iba a hacerme compañía, así fue como de a poco comencé a quererla, podríamos decir que se gano mi cariño; como ninguna persona lo hubiese hecho.
Poco a poco, nuestra gatita se fue incorporando a mi rutina. Si yo corría, ella también lo hacía, si yo comía, me esperaba al lado. Prácticamente hacíamos todo juntas, por lo que las veces en que bailaba en la sala de estar o me paseaba escuchando música, la ''princesa'' seguía todos mis pasos. Así fue como un día, por cosas del destino o por casualidad, dependiendo lo que ustedes crean, terminamos arruinando una de las decoraciones de la casa, mejor dicho la más importante en la época de Navidad; el árbol.
Sucedió cuando me encontraba tratando de inventar una rutina musical, en mitad de la sala de estar, corriendo de vez en cuando, para que la felina me siguiera, la idea era divertirnos un rato, sin embargo, mi torpeza y mal equilibrio nos llevaron a chocar con el árbol de navidad. La princesa se introdujo por las ramas de éste, como si fuera algo normal, yo por querer sujetarla terminé cayendo sobre toda la estructura, botando cualquier decoración, luz o viejo pascuero que estuviera cerca. Fue tanto el desastre, que me tomó bastante tiempo sacar a la princesa de los escombros y poder pararme yo misma, ni siquiera sabía como iba a contarle todo a mis papás, por lo que me quedé junto con mi gatita observando el árbol, buscando una solución.
Finalmente, nadie en casa se molestó, incluso se rieron cuando me vieron tratando de poner el árbol en pie, tampoco es que yo culpara a la princesa de todo o siquiera mencionara su nombre, siempre me culpé a mi, dije que perdí el equilibrio tratando de encender las luces del árbol y no alcancé a pisar bien ¿Por qué culpar a nuestra gatita si podía crear una excusa que no la incluyera? Después de todo, había logrado encariñarme bastante con ella, nos convertimos en compañeras de crimen. Desde ese día la relación de mi gatita y yo fue más amena, hasta ya ni recuerdo esos días donde quería que estuviera lejos, es por eso que la próxima vez pensaré dos veces antes de juzgar a un animal, solo por una alergia o prejuicio, también pude aplicar eso en las personas, no creando juicios por una mala primera impresión. Es realmente increíble cuando un pequeño animal puede enseñarte tanto, así que no duden en apreciar a sus mascotas y darles una oportunidad aunque no sea lo que esperan, siempre te pueden sorprender.