Me acababan de diagnosticar Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), llevaba un mes en terapia cuando mi psicóloga me sugirió tener una mascota. Me dijo que hacerme cargo de algo/alguien que dependiera de mí, me haría avanzar en el dominio de algunas características de mis dificultades. Honestamente no lo comprendí en ese momento, pero lo terminé haciendo con el tiempo, cuando empecé a convivir con el gato que ahora hace mis días hermosamente caótico.
En ese tiempo yo lavaba mis manos cada 15-20 minutos. Hacía aseo en mi dormitorio al menos dos veces al día, desinfectando diariamente. Limpiaba el polvo de los muebles cada vez que fuera necesario. Al hacer mi cama la dejaba en paz para que no se arrugara mi creación. Me aseguraba una y otra vez de llevar en el bolso todo lo que necesitaba. Mantenía todo en cuadrículas imaginarias y, mientras pudiera evitarlo, no pisaba las líneas del suelo de la calle. Pero fuera de eso, habían otras cosas como mi frustración excesiva frente al no controlar el orden físico, a la sensación de suciedad en la piel, al aroma no "sanitizado", entre otras docenas de conductas restrictivas, que hacían de cada día un nuevo desafío.
Mi psicóloga había dicho que debía ser una mascota mediana, algo así como un perro o un gato, una mascota con un nivel de libertad que no tiene, por ejemplo, un hamster. Típico, me dije. Luego al pensar en una decisión, no supe qué sería peor, ¿Un gato que deja pelos por todas partes y hace lo que quiere? o ¿Un perro que no tendrá control de sus desechos y sin permiso lamerá mis manos y cara? No me odie usted por lo que pensaba en ese entonces, realmente me era difícil pensar en tener un animal que, de pronto, sabía que me traería trabajo duro, y no era por las responsabilidades, era por que ponía en riesgo mi bienestar mental.
Terminé decidiendo por un gato. Porque para los pelos podría tomar medidas y minimizar sus efectos. Sus desechos serían depositados en una caja de arena ya que su instinto así lo dictaba. Y castrarlo, entre otros beneficios para su salud y la sobrepoblación de animalitos callejeros, me aseguraba no tener que lidiar con el aroma de su orina rociada por todos lados.
Una de las características del TOC es obsesionarte con pensamientos "mágicos", es decir, si las cosas no son de esa manera en que quieres, entonces algo malo sucederá. Por alguna razón se me había metido en la cabeza encontrar un gatito blanco de ojos azules. Si mi gato no era así, entonces algo malo iba a suceder, el plan no iba a resultar, y yo no quería hacer sufrir un animal, y abandonar luego de adoptar sería un crimen a mis valores, una aberración.
Lamento que por ese pensamiento dejé ir más de algunas oportunidades, y le negué una oportunidad a otros gatos y gatas que buscaban un hogar (romanos, amarillos, manchados, negros, grises, carey). Pero me costaba luchar conmigo mismo. Sin embargo, si no hubiera sido así, jamás hubiera conocido y traído conmigo a Apolo. Por lo que tampoco me arrepiento de haberlos dejado ir con alguien más.
Apolo era un gato de 3 meses, blanco, completamente blanco, y de ojos celestes. Apenas vi su foto supe que era el que buscaba. Me contacté rápidamente con las personas que buscaban un hogar para él. Habían pasado tan sólo ocho días desde que había comenzado mi búsqueda, proceso que realicé en cada momento libre. Las personas me preguntaron algunas cosas sobre mí, me dijeron que era el único macho de una camada de tres gatitos, y que podía ir a por él cuanto antes.
Ese mismo día hice una lista con todo lo que iba a necesitar (Apolo... y yo). Quería darle todo lo que necesitara y más, quería que fuera feliz, y que esta oportunidad que nos daba a ambos fuera una experiencia perfecta. Pero jamás había tenido un gato, y tuve que leer mucho para hacer una lista lo suficientemente buena. Él debía cubrir todas sus necesidades, y yo cubrir también con las mías.
Cuando compré todo (poste rascador para que no me arruinara los muebles, caja de arena amplia para que no ensuciara en otras partes, muchos juguetes para que no utilizara mis cosas y las rompiera, peines super-mega-ultra eficientes para peinar y eliminar el pelo, collares, identificador, comedero, bebedero, etc, etc, etc...), me fui a buscar a Apolo.
Cuando lo vi noté que algo había extraño en él. El gato, o era muy indiferente, o era incapaz de percibir sonidos. La posibilidad de que fuera sordo existía, las personas que lo cuidaban mencionaron que jamás respondía a ningún tipo de sonido, que no despertaba con la aspiradora y que nunca escuchaba cuando la gente se le acercaba por la espalda.
El que fuera sordo me cambiaba el panorama. No se me había pasado por la cabeza esa posibilidad.
Muchos pensarán que ya no lo quería para mí, o que al menos ya no estaba seguro que fuera una buena idea. Pero que la posibilidad de que fuera sordo existiera, me hacía pensar dos cosas: 1. Yo sabía lo que era tener dificultades para vivir el día a día, aunque no fuera de la misma manera que él, y 2. No iba a negarme a la posibilidad de hacer feliz a un gato con necesidades especiales.
Y bueno, efectivamente era sordo. Apolo sólo puede oír levemente los sonidos más fuertes en intensidad. Una semana más tarde empecé a comprender las palabras de mi terapeuta. Tener a mi gato me proporcionaba esos pequeños momentos de desesperación que me traía tener TOC, con la diferencia que de pronto se convertían en situaciones cargadas de amor. Que me botara los libros, que calculara mal el espacio y defecara fuera de la caja, que se subiera a los muebles y dejara sus patitas marcadas con polvo, que dejara pelos por doquier, que se acercara a mí y me lamiera la nariz, o que pusiera su patas sobre mi cara, de a poco dejaba de ser problema. Era incómodo, era frustrante, y muchas veces era como si el caos cayera sobre mí, muchas veces pensaba "¡POR QUÉ HAS HECHO ESTO!". Lloré en más de alguna oportunidad, pensé en que no iba a poder, pero luego me ronroneaba y se sentaba en mis piernas. Al verlo a los ojos sabía que su mundo entero sería lo que yo le entregara. Que su amor era capaz de convertir lo malo en menos malo. Que actuaba con la misma inocencia que un niño, y que no podía castigarlo por ser quien era, así como él no me cuestionaba a mí por ser como era.
Creció, ahora tiene dos años. Pensé que su sordera le traería problemas. En un principio fui sobreprotector, no quería que nada le pasara, no quería que saliera a la calle por miedo a que un perro o un auto lo dañaran porque este no fue capaz de oírlos a tiempo. Pero me demostró que el no oír el mundo no era un límite. Salía a jugar, regresaba, hizo amigos gatos, perros compañeros, humanos vecinos que lo saludan al verlo. Grita como loco, porque probablemente no sabe qué tan fuerte puede hacerlo, pero así se ha hecho escuchar, cuando apenas sabe lo que es eso. Me despierta cada mañana con un beso gatuno, le gusta que le rasque la panza, mirar por la ventana y perseguir moscas. Creo que es como cualquier otro gato, si bien no escucha, se las ha arreglado. Estoy tan acostumbrado a él que no sé lo que es convivir con un gato oyente. Para mí, Apolo es tan capaz como cualquiera.
Por mucho tiempo pensé que él iba a necesitarme, porque era sordo. Pero descubrí que yo lo necesitaba más a él.
Ahora miro mi ropa con sus pelos blancos, sonrío y pienso que él ha sido de las mejores cosas que me han pasado en la vida.