Desde niña he sido una amante de los animales. En mi casa siempre habían, ya sea gatos, perros, pájaros, etc; aunque debo confesar que soy una dog lover empedernida. Por ende los perros siempre han estado presentes en mi vida. Hasta que tuve 14 años y sufrimos la pérdida de uno. Pasó tiempo en donde mi hermano y yo estábamos muy solos, puesto que nuestros papás siempre han trabajado fuera. Los únicos contactos con los perritos, los teníamos al verlos en la calle o cuando visitábamos a mis primas, porque ellas habían adoptado al Niño, un poodle toy muy especial, ya que tenía unos ojos enormes.
Pasaron casi 3 años cuando en mi cumpleaños número 16, llegó el mejor regalo en mi vida que alguien me pudo hacer. De la nada y sin avisarme, apareció mi tata con una pequeña bolita de pelos adorable. Todos la quisieron por lo tierna que era. Tenía solamente tres meses, una manchita café en el ojo y era hija del Niño. Lo curioso fue que aun siendo enana, tenía los ojos gigantes. Al mirarnos, sentí una conexión tan especial con ella que la amé inmediatamente. Recuerdo que pensé en mil y un nombres hasta que al pensar en Mia, vi su cara y era perfecto para ella. Recuerdo que en ese tiempo estaba de moda la telenovela Rebelde, los demás cariñosamente le decían la Colucci, apodo que perdura hasta hoy (sin nombrar las maravillosas e ingeniosas bromas que he recibido por su nombre).
Hoy la Mia tiene 7 años, es mamá y hemos pasado juntas cosas buenas y malas, pero siempre ha estado a mi lado. Cada vez que nos miramos, esa conexión sigue tan fuerte como el primer día que nos conocimos. Y sí, hay veces que me estresa porque su personalidad me supera, pero mi vida no habría sido la misma sin ella a mi lado, por lo que les recomiendo a ojos cerrados adoptar un perrito, aunque para su mala suerte, Mia hay una sola.