Cuando llegué hace varios meses a vivir por primera vez sola al edificio ubicado en el centro de Santiago que se convertiría en mi nuevo hogar, jamás imaginé que mi mayor compañía sería Hansel, la mascota del edificio.
Hansel es un gato que nació aquí hace casi 5 años, fue criado por los residentes del lugar, quienes lo alimentaron luego de que su madre fuese atropellada.
Es casi un residente más de la comunidad. De hecho, lo que hace tan particular a este felino es el hecho de que merodea los departamentos, y entra donde puede, es decir, cuando encuentra una ventana abierta en los pisos más bajos.
¡Este felino entra a los departamentos, como Pedro por su casa! Por suerte los residentes ya lo conocen y lo aprecian, saben que no hace nada malo (no se come nada, no se roba nada y por supuesto, no hace maldades), solo duerme en los sofás, juega con lo que encuentra y busca un poco de cariño.
Así fue como tuve mi primer encuentro con Hansel. Llevaba solo unos días de vivir sola, y volví de un día particularmente malo en mi trabajo. Entré y sentí ruidos en mi habitación. Asustada y enojada (pensé, un pésimo día y más encima me entran a robar… solo a mí me tenía que pasar) me atreví a ver qué era lo que sonaba del otro lado de la puerta y descubrí a Hansel merodeando en mi closet, ya que lo había dejado abierto en la mañana.
Este al verme no se espantó, pero si se alejó de mis pertenencias, y yo no supe más que reír de la situación. Al fin y al cabo, me alegré de que no fuese un ladrón. Comencé a hablarle hasta que logré que se me acercara para acariciarle, y desde entonces nuestra amistad se mantuvo por siempre.
Aunque pertenece a todos, me agrada saber que es a mi departamento al que más entra, ya que al menos una vez al día, veo a Hansel en mi ventana, feliz de saber que es tan apreciado.