Siempre se dice que cuando rescatas a un animal, estás salvando una vida que habría tenido un destino muy distinto si no te hubieses cruzado en su camino. En ésta historia, estoy segura que la que se salvó fui yo cuando decidí adoptar a Martín, mi gato regalón.
Siempre me han gustado los gatos, incluso cuando chica tuve tres, pero nunca había pensado en tener una mascota viviendo sola, ya que encontraba irresponsable que quedara gran parte del día sin compañía y pensaba que me iba a amarrar a estar en la casa. Todo cambió cuando pasé por un muy mal momento emocional y me sentía sola, triste y además tuve una lesión con la que apenas me pude mover durante meses. Necesitaba algo que me motivara y mis amigos decidieron regalarme un gato.
Recordaron la foto de mi primera mascota y buscaron un gato exactamente igual. El pobre había sido botado a la calle recién nacido, tenía un ojito infectado, estaba lleno de parásitos y muy enfermito. Por suerte alguien de buen corazón lo recogió y se lo comentó a uno de mis amigos, que al verlo decidió que sería mi regalo perfecto.
Cuando llegó no sabía qué hacer con él, pero hoy no sabría que hacer sin él. Dormimos juntos, vemos tele, salimos a pasear, jugamos y nos acompañamos. Mi recuperación tanto física como emocional fue mucho más rápido desde que llegó a mi vida, ya que tenía un motivo por el cuál estar bien. Hoy no veo mi vida sin él y cada proyecto a futuro o plan que tenga lo contempla completamente, ya que sin él, mi vida estaría incompleta.