Hace unos meses, emocionada iba camino al cine a ver una película que esperé por meses, sin siquiera imaginar que sería lo que me detendría.
Fuera del metro, había un pequeño cachorrito de raza mixta, de color rubio y pelo un poco motoso. Me quede mirándolo porque me sobrecogió su pelaje lleno de pulgas y garrapatas y su aspecto delgado. Él me miró de vuelta y para mi sorpresa, se paró y empezó a mover su colita. Me despedí de él rápidamente, apresurada por llegar a mi destino y para evitar encariñarme muy pronto.
Me voltee para irme, sin embargo el cachorro me comenzó a seguir. Me di cuenta entonces de que además de estar desnutrido y enfermo, no lograba caminar muy bien, ya que cojeaba de su patita izquierda y emitía pequeños quejidos.
Sentí mucha pena de no poder hacer algo por él, ya que en ese entonces no tenía las condiciones para recibirlo en mi hogar, por lo que decidí con tristeza y sin las mismas ganas, seguir caminando hacia donde me dirigía en primer lugar. El perrito, insistente me siguió todo el camino aun cuando le costaba caminar, incluso logró entrar a la sala de cine de donde algunos guardias lo sacaron sin el menor cuidado. En ese punto, ya ni me importaba la película, solo quería saber que ese pobre cachorrito estaría bien.
Me salí del cine en medio de la película, con la esperanza de que siguiera ahí afuera para llevármelo a mi casa, pensando en todo el largo camino que él recorrió para seguirme, y en el esfuerzo que eso le significo. Por suerte, ahí estaba, mirándome humildemente. Sentí entonces que en ese momento nunca más podría separarme de él, por lo que sin pensar dos veces lo rescaté de la calle en la que probablemente moriría al ser una animalito tan frágil y enfermizo.
Ahora Buck - ese es su nombre - es un perrito feliz, sano y fuerte, lleno de cariño y un libre del salvaje entorno en que nació.