Quiero contarles la historia de Nagasaki, una hermosa perrita mestiza que fue rescatada dos veces. Todo comenzó cuando mi prima esperaba con su pololo la micro para ir de regreso a sus casas luego de un día de universidad. La espera fue larga, el transporte tardaba en llegar, de repente mi prima ve correr cerca de ella algo pequeño, blanco y peludo que se pierde entre la oscuridad. Un escalofrío la invadió de sólo pensar que podía ser una rata. De reojo comenzó a mirar en dirección al movimiento, cuando de pronto vio moverse a una linda cachorrita blanca, con una mancha marrón en su cara y otra en su cola.
Desde entonces empezó su preocupación. ¿Cómo podía ser que un animalito tan pequeño e indefenso estuviera sólo por ahí? ¿Qué comería?, ¿Cómo podría protegerse ante la intemperie? Frente a tantas preguntas, cada vez más atemorizantes, se acercó a algunos vendedores que al parecer cuidaban de ella, para preguntarles si esa perrita les pertenecía, a lo que respondieron que no, “esa cachorra es parte de una camada que ya se llevaron, debe tener al menos un mes de nacida. Mientras alguien se queda con ella, nosotros le damos algo de comida, pero la verdad es que no podemos quedárnosla”. Mi prima que siempre ha sido amante de los animales con aires de proteccionista, se sintió muy afligida al ver que la perra corría peligro, al irse todos de allí quedaría desamparada, podría ser atropellada o amenazada por otro perro del lugar siendo tan joven. No podía dejarla ahora que sabía su situación, pero ¿Cómo haría para llevársela a su casa si su mamá no aceptaría un perro más?
Debía pensar en algo. Así que aprovechando que su mamá estaba de visita en la casa de su hermana y que su papá es otro amante de animales, le pidió permiso para llevársela, con la idea de buscarle hogar, un hogar que podría encontrar quizás entre los compañeros de trabajo de su padre. Teniendo ya la aprobación, su pololo y ella comenzaron a moverse para buscar la forma de trasladarla clandestinamente en la micro, consiguieron una caja y algo de papel y allí la metieron. Llegado el transporte se fueron los tres. A la mañana siguiente, mi tío debía haberse llevado a la pequeña peluda a su trabajo para buscarle un dueño, pero dado que ese día llevaba algunas cosas pesadas en la mano, no pudo llevársela. Esa tarde, cuando regresó mi tía a su casa, se encontró con que sin su consentimiento habían llevado otra perrita. Pero viendo lo linda y simpática que era y el buen corazón de su esposo y de su hija, no le quedó más que aceptar tal situación. No obstante, buscó entre sus conocidos quien pudiera hacerse cargo de ella. Un vigilante de la residencia aceptó llevársela el día sábado. Transcurrió el fin de semana y aquel vigilante jamás apareció para buscarla.
Fue entonces cuando en reunión familiar mi tía les dijo: “Estuve pensando y pidiéndole a Dios que si a esa perrita no le conviene tener a otra familia, es mejor que no se la lleven, si la van a tener amarrada, la van amaltratar y va a pasar trabajo, yo prefiero que nos quedemos con ella, además, en estos tres días le he tomado mucho cariño”. Nagasaki fue el nombre que decidieron ponerle, por ser una perrita traviesa, juguetona, destructora que acababa con todo a su paso, tal como la destrucción que causó la bomba nuclear en aquella ciudad de Japón. Supo ganarse el corazón de su familia, con su encanto y espíritu alegre. Conforme pasaba el tiempo, la familia se encariñaba más con Nagasaki. Ella fue creciendo hasta convertirse en una hermosa perra blanca, grande, peluda, con una mancha marrón en su ojo izquierdo, otra en su oreja derecha y una más al iniciar su cola. Era sana y aún juguetona.
Cuando tenía un año, el 2 de Diciembre de 2009 unos obreros que trabajaban en la casa de mi prima, dejaron la puerta abierta y la perrita se escapó, sus dueños no se dieron cuenta sino hasta más tarde. Emprendieron la búsqueda por toda la residencia, pero no la encontraron. Frustrados, tristes y desconsolados se fueron a casa. Temprano en la mañana comenzaron nuevamente a buscarla, por las zonas más cercanas, en otras residencias, la llamaban a gritos, la silbaban y la perrita nada que aparecía. Les preguntaron a amigos, a conocidos y a desconocidos pero hasta el momento nadie la había visto.
Así pasaron los días y aunque la tristeza invadía sus corazones, la esperanza de tenerla nuevamente nunca la perdieron. Hicieron muchos carteles con su foto y su descripción, que fueron pegados por doquier. No había un día en que no buscaran a la perrita, cada vez iban más lejos, temiendo que ella hubiese caminado sin rumbo. Muchos decían haberla visto, incluso algunas personas llamaron al teléfono de contacto para avisar que la habían encontrado, pero cuando su familia llegaba al lugar, no era ella. Mientras tanto, se aferraron a la oración y a algunos santos, pidiéndoles traerla sana y a salvo muy pronto. La búsqueda fue incansable, no hubo lugar en la zona que no recorrieran, pero al parecer no había rastro de Nagasaki.
Fueron días muy duros, de mucha tristeza y melancolía, la incertidumbre de no saber si estaba viva o no atormentaba sus mentes. El 18 de Diciembre, mientras mi prima trabajaba, su madre recibió una llamada de una vecina, para informarle que había visto a Nagasaki en un matorral cerca de su casa. Mi tía fue hasta el lugar y comenzó a llamarla. La perrita tardó en salir, toda asustada y temblorosa se asomó entre las ramas y hojas de una colina. ¡Nagasaki había aparecido!.
Pasaron muchos minutos para que aquella perrita miedosa y desconfiada saliera del sitio. Finalmente salió del matorral, estaba muy delgada, rasguñada y llena de garrapatas. Su estado era de desnutrición. Afortunadamente fue llevada a su hogar y fue atendida de inmediato, el amor y los cuidados de su gente pronto surtieron efecto y Nagasaki volvió a ser la misma perra sana de costumbre.
Fueron 16 largos días. Gracias a la fe y a la oración siempre se mantuvo viva la esperanza, tenerla de nuevo con ellos fue el regalo más bonito de navidad que pudieron recibir. Cuando un perro es amado deja de ser una mascota para convertirse en un miembro más de la familia, es un ser especial que no necesita hablar para ganarse nuestro cariño, ellos son esos pequeños ángeles peludos de cuatro patas que llenan nuestra vida de alegrías.