La primera vez que tuve una mascota debo haber tenido cerca de diez años, una perrita que le regalaron a mi hermana; después se unió un gato que recogimos y, por muy singular que parezca, después se unió una pata; desde ese momento no hemos dejado de tener mascotas en mi casa, siendo conocida entre nuestros amigos como un zoológico. Recuerdo cuando mi patita llegó a la casa, tenía apenas unas semanas y me enamoré a primera vista; le llamábamos Daniel, hasta que empezó a poner huevos y supimos que era Daniela.
La historia de la Dani está llena de curiosidades, chistes y momentos dramáticos. Vivía feliz en el patio, comía comida de gato - nunca le gustó el afrecho ni nada parecido - y cada vez que llegaba alguien de visita corría graznando por todo el patio, a modo de bienvenida. La Dani llegó a la casa chiquitita, pero un par de meses después se convirtió en una pata grande y fuerte, con un carácter muy especial; yo estoy segura que me echaba de menos cuando no estaba y se ponía feliz cuando llegaba. Me gustaba perseguirla por el patio, ella se escapaba y cuando yo me daba vuelta, se ponía a correr detrás de mí graznando y aleteando. En ese tiempo éramos inseparables.
La Dani, aparte de ser una mascota ideal, se convirtió en todo un desafío para los veterinarios de mi ciudad; ya que un par de veces mi perra se pasó a su lado del patio, y tratando de jugar, terminó dejando a la Dani con el cuello colgando y un par de cirugías en su cuerpo. Pero la Dani seguía igual de vital y juguetona a su propio modo. Escapándose de mi perra y persiguiendo a mi gato, al que hasta el día de hoy pienso que intimidaba.
Un día estábamos con mi familia en el patio, preparando el almuerzo, cuando vemos al Diego, mi gato, muy concentrado haciendo algo; la Dani revoloteaba por ahí sin molestarlo. El Diego maullaba, tomaba algo entre sus manos y corría de un lado a otro; con mis hermanas, intrigadas por saber qué tenía entre sus patas, nos acercamos: estaba intentando cazar una lagartija, pero ésta era más rápida que él. Lo dejamos tranquilo para que lograra atrapar a su presa, la que tras varios minutos de lucha finalmente cedió. El Diego estaba feliz con su logro, la cambiaba de lugar sin quitarle un ojo de encima, cuidando que nadie se la arrebatara. En ese momento, y de manera muy sorpresiva, llegó la Dani, quien en un movimiento muy rápido y ágil agarró con su pico a la presa, y sin dejarle a nadie tiempo para reaccionar, se la tragó en un dos por tres, dejándole al Diego sólo la cola; varios años después supimos que las lagartijas pueden ser mortales para los gatos, por lo que sin saber, la Dani le salvó la vida al Diego.
Después de unos años viviendo con nosotros, la Dani se fue al campo, donde fue mamá y terminó su vida de manera feliz y libre. Han pasado más de doce años y yo la sigo recordando y queriendo; marcó mi vida como nunca pensé que lo haría, crecimos juntas y fuimos amigas y cómplices. Haber tenido una patita de compañera fue sin duda algo tan inusual como divertido, y puedo asegurarles que pueden convertirse en una excelente mascota.