Un día cualquiera de verano hace algunos años, íbamos caminando con mi hermana por el centro de nuestra ciudad. Era un día caluroso, y ya llegando a nuestro hogar, escuchamos el llanto de un cachorro, lo cual nos llamó la atención. El sonido se sentía de detrás de una pandereta, pero aunque seguimos caminando preocupados, pensamos que quizá solo estaba llorando por qué no lo querían dejar entrar.
Más tarde, pasando nuevamente por el mismo lugar, nos percatamos que el llanto no cesaba, por lo que me preocupé y quise cerciorarme de que el animal llorando estaba bien, así que me subí a la pandereta para poder observar el patio de la casa. El perro estaba amarrado bajo el sol directo, sin acceso a agua ni techo. Además, estaba amarrado con un cáñamo muy corto, no tenía más de 1 metro para poder moverse. Al ver esta terrible situación, bajé para contarle a mi hermana y ella quiso mirar. Estaba jadeando mucho, se notaba que sufría y que no resistiría mucho más bajo esas condiciones, así que decidimos que teníamos que hacer algo al respecto. Golpeé la puerta para saber si había alguien en la casa y hablar con la persona responsable del perro, pero nadie nos abrió, así es que decidí llevarle agua al perro y liberarlo en el patio, pero no pude. Como ya era tarde y el calor estaba pasando, decidimos dejarlo con comida y alimento solamente. Volvimos a la siguiente mañana, le sacamos fotos al perro en la deplorable condición que se encontraba y tratamos hablar con los dueños. Al golpear la puerta, salió un hombre bastante hostil, le comentamos sobre la situación del perro y nos dijo, agresivamente y con palabras muy groseras, que el perro se comportaba muy mal y no merecía cuidados. Al pedirle que me lo diera para llevármelo se negó, diciendo que así el perro iba a aprender a comportarse y después le iba a poder cuidar el patio. No nos quiso hablar más y nos cerró la puerta en la cara. El calor era horrible, teníamos que hacer algo, así que decidimos robarlo. Fuimos a la casa y sacamos unas tijeras para cortar el cáñamo con que estaba amarrado, pase la pandereta y mi hermana me espero al otro lado, lo liberé del amarre y lo tomé en mis brazos, se lo pasé a mi hermana que estaba al otro lado y salté para irnos del lugar. Al llegar a la casa comió un poco, pero después vomitó y empezó con convulsiones hasta que se desmayó, la llevamos al veterinario y al contarle la historia, nos dijo que probablemente estaba sufriendo un golpe de calor, la dejamos esa noche para que se estabilizara y al otro día estaba mucho mejor, la llevamos a la casa y le comentamos la historia a un primo del campo, que inmediatamente se interesó en ella y quiso adoptarla. Aunque al principio andaba con mucho miedo hacia la gente, poco a poco volvió a confiar. Ahora vive muy feliz y regaloneada, y aunque sabemos que robar es malo, no lo fue en este caso, porque gracias a este robo le salvamos la vida a esa perrita. En casos así lo ideal es hablar siempre con el dueño primero y tratar de llegar a un acuerdo, de dialogar, lamentablemente estas personas muchas veces son agresivas y en ese caso no queda opción que tomar otras medidas.