Durante mi adolescencia viví con mis papás y hermano en una gran casa con patio amplio, y teníamos un par de perritos adoptados, pero la verdad es que, a pesar de que teníamos el espacio y la situación para tener más, nos bastaba con los nuestros, y con los perros de los vecinos, que por cariño se lo pasaban en nuestra casa también (y que no eran pocos). Amamos a los perros.
Nosotros vivíamos en las afueras de la ciudad, y en el camino había una estación de servicio a la cual mis papás siempre pasaban a cargar de bencina el auto, inflar ruedas, etc. Ahí siempre había perritos, pero un buen día apareció (como aparecían todos los perrines ahí, de la nada) una perrita muy pequeña, de origen totalmente desconocido, mitad negro, mitad café. La perrita era súper tierna, y le hacíamos cariño cada vez que la veíamos ahí. Noté que mi mamá se estaba encariñando, hasta que un día que pasamos por la estación, la tomó en brazos y notó que estaba preñada (no se le notaba a simple vista porque era peluda) La perrita se dejó tomar, completamente inmóvil, no de miedo, sino de tranquilita que era (rasgo que la acompañaría siempre) y ese caracter tan dócil, sumado a su estado, nos convencieron de que lo mejor era llevarla con nosotros, porque los perritos corrían peligro en un lugar tan transitado. Le pusimos Molly.
A las dos semanas, Molly parió cuatro perritos, de los cuales uno murió, mientras que a los otros los logramos dar en adopción. Nos llamó la atención que al menos dos de ellos salieron blancos con manchitas (en ese momento pensamos que era el ADN del padre). Al tiempo volvió a quedar preñada (por ignorancia nuestra, años atrás no era común esterilizar y castrar como lo es hoy) de los cuales una quedó con nosotros, nuestra amada Simona, que nació también con la cara y el carácter de su madre y el pelaje de sus hermanitos. Entonces concluimos que Molly tenía algo de fox terrier en sus genes, aunque no lo pareciera.
Ninguna de las dos viven hoy, pero su recuerdo nos queda como familia para siempre, y nos alegra hoy el pensar que le dimos la oportunidad a una mamá perruna a parir tranquilamente, segura, rodeada de amor, y que todos esos perritos pudieron encontrar un hogar. Evidentemente hubiese sido mucho mejor si la hubiésemos esterilizado apenas tuvo su primera camada con nosotros, pero como les contaba, años atrás no existía la conciencia de esterilizar como la hay ahora, además, de haberlo hecho, nunca hubiésemos podido tener a nuestra bella Simona, su hija, con nosotros.
¡Adopta, no compres!