En mi casa todos los perros de la familia siempre fueron quiltros. Digo quiltros con todo el respeto del mundo, no me parece una palabra ofensiva ni mala, de hecho, en mapudungún, quiltro significa Perro, así que no puede ser algo malo.
La historia que les contaré es sobre uno de nuestros rescatados: Toby Lientur, el perrito de las almejitas.
Era invierno, y yo estudiaba en Concepción, por lo que viajaba los fines de semana a ver a mi familia a Los Angeles. Por teléfono solo me cuentan que había llegado un nuevo perrito a la casa. Yo viajé ese fin de semana emocionada, y cuando llegué y entré a la cocina me tiré sobre él, que estaba debajo de un mesón, para abrazarlo, pero nadie me había contado nada sobre él y lo que pasó fue que cuando me acerqué me ladró aterrado y se hizo pipí. Fue entonces que mi papá me relató la historia: iba con mi hermano por el centro de la ciudad, en un día muy lluvioso. Cuando iban pasando por una calle llamada Lientur, miran en una esquina y ven un perrito tipo pastor alemán, cachorro, temblando de frío. Mi papá, con su corazón de abuelita, estaciona, toma el perro y lo sube a la camioneta. De inmediato mi papá nota que el perrito estaba traumado, pues a pesar de su estado parecía desconfiar y temer mucho a la gente. En el veterinario le confirmaron esto: tenía costillas rotas, y sufría de hipotermia y anemia, era un cachorro y de no haber sido rescatado de la lluvia, habría muerto. Nunca supimos si le pegaron o atropellaron, pero como les cuento, por su actitud se infería que alguien lo había golpeado.
Le pusieron Tobías, alias Toby, y recibió de segundo nombre Lientur, la calle donde fue encontrado. Era un perrito hermoso, algo así como una mezcla entre un pastor alemán y un galgo. Al poco tiempo ganamos su confianza, dejó de hacerse pipí cada vez que alguien se le acercaba, y junto a Pete, otro de nuestros perros, formaron la dupla más temible del barrio, temible porque ellos con su espíritu callejero en un barrio de puros perros educados y de raza causaban revuelo y dejaban la escoba por donde iban: eran muy traviesos y traían cosas de otras casas, que nosotros muertos de vergüenza devolvíamos después: zapatos, platos, ropa, y otros se acumulaban y teníamos que devolverlas.
Una amiga descubrió el talento oculto de Toby: cuando alguien le juntaba las mandíbulas repetidamente para cerrarle el hocico (con suavidad, obviamente), sonaba como hueco y eso le recordaba las almejas, a lo que ella bautizó como "almejitas". Esta era la gracia de mi perro, hacer ese sonido marino. Era una tontera, que ni siquiera hacía por su cuenta, pero nos causaba gracia.
Murieron envenenados un par de años después, por algún vecino sin corazón que no soportaba a los pinganillas de nuestros perros, que en realidad jamás habían mordido a nadie, murieron juntos y no alcanzamos a salvarlos, pero mi querido Toby, que siempre fue un niño, vivió feliz con nosotros, amado y cuidado, rescatado de la calle donde recuperó la confianza en la gente y aunque, tristemente fue una persona quien lo mató, quiero pensar que su muerte fue rápida y que al menos sus años los vivió feliz.