En mi casa tuvimos pocas mascotas y no tuve una relación cercana con los animales. Ya estudiando afuera estuve con alguien que me transmitió su cariño por los animales y adopté a una gata. Al no estar acostumbrado debo reconocer que mi paciencia estuvo siempre a prueba pero con el tiempo fue mejorando y considero eso un aporte a mi vida. Adopté a más gatos sin embargo por falta de un lugar propio y espacio nunca pude adoptar a un perro. Ahora que vivo en el campo pude recibir un can al fin y esta es la historia de cómo ocurrió.
Como aquí había espacio ofrecí a una agrupación animalista del pueblo ser hogar temporal para perros abandonados mientras se les encontraba una casa definitiva. La idea era no adoptar a ninguno puesto que no tenía idea cuanto tiempo me quedaría en el lugar, además de que así podía seguir recibiendo a otros canes. Entre los que llegaron había uno atropellado y con infección a la médula según el diagnóstico del veterinario. El médico dijo que no volvería a caminar correctamente con posibilidades de una mejora parcial. Lo nombré Milo, por su color achocolatado y me propuse hacer todo lo posible para que se mejorara.
Al intentar caminar sobre cerámica se resbalaba y caía al instante, lo que no daba muchas esperanzas. Pasado un par de días decidí probar como le iba caminando afuera. Tenía un andar torpe y se caía un montón pero era mejor que cuando estaba en pisos planos. Empecé a sacarlo constantemente a caminar y a masajearlo, además de darle los antibióticos recetados por el veterinario. El progreso era lento, sin embargo su entusiasmo se disparó y lo demostraba con mayor movimiento de cola y una mirada más viva.
Pasado un mes, Milo ya corría – aunque con cierta torpeza – alocadamente por el campo. Exploraba cada rincón y se mostraba un cachorro muy agradecido. Aunque me sentí tentado en ese entonces a adoptarlo, pensé que con tan linda historia no le sería difícil encontrar hogar y había que aprovechar esto. Su tratamiento de antibióticos terminaba en un mes más y sería entonces cuando comenzaríamos la campaña para encontrarle una familia definitiva.
En el entretanto pasó algo que interrumpió mis planes. Un día una de mis gatas salió y fue atacada por un gato de afuera. Asustada corrió hacia los arboles y desapareció por muchas horas. La busqué y busqué y en mi desesperación le pedí a Milo que me ayudara a buscarla. Le dejé olfatear un cojín sobre el cual ella había estado un rato antes y lo empecé a seguir. Llegó hasta un tronco grande y ahí se quedó olfateando, dando vueltas al rededor. Andaban muchos gatos también en ese sitio por lo que asumo que mi gata no quiso salir debido al miedo que le tenía a estos.
Horas más tarde escuché un llanto gatuno y corrí al sitio que Milo había olfateado. Ahí estaba mi pequeña muy asustada y temblorosa. Me di cuenta que con Milo habíamos formado un vínculo, una especie de comunicación que no había requerido de entrenamiento. Me puse celoso del hogar al que podría llegar después y me di cuenta que no quería ningún otro lugar para él que no fuera conmigo. Ahora está muy recuperado y es el más ágil de todos los perros que viven aquí. Salimos en caminatas y a trotar y siempre está de buen ánimo.
Debo reconocer que en ocasiones he perdido la paciencia con Milo pero el nunca la ha perdido conmigo. Después de que se recuperó empezó con algunas maldades típicas de cachorros y en más de una ocasión lo reté por su comportamiento. Sin embargo el siempre ha entendido lo que pasa y creo que la clave ha sido una comunicación constante. Nunca había tenido la oportunidad de iniciar una relación así con un perro y estoy muy agradecido de que haya ocurrido.