Era un día cualquiera en el campo donde vivía con mis padres, de pronto se escucharon unos ladridos roncos a lo lejos, miramos y claramente no era ninguno de nuestros perros (teníamos muchos animalitos en casa), comenzamos a buscar de dónde provenían esos desesperados alaridos caninos.
Era un enorme perro San Bernardo, que nunca habíamos visto cerca de la parcela, estaba en un pozo que se encontraba cerca de la casa, era una circunferencia grande, más ancha que una pileta de plaza, pero afortunadamente no tan profundo. Intentamos sacarlo, estaba sólo mi madre y yo, buscamos un tablón, pero el perro después de haber nadado tanto para mantenerse a flote ya no tenía fuerza para subirse a la tabla, sin saber qué hacer, fuimos a buscar al vecino (que vivía como a una cuadra de nosotros).Cuando regresamos, el San Bernardo seguía resistiendo, nuestro vecino llevó una larga escalera y una cuerda, con mucho cuidado para que no se asustara, sumergimos la escala y él arrojó la soga hábilmente, más de una vez, hasta que lo agarró del cuello y poco a poco lo fue acercando a la escalera, entre todos lo ayudamos a subir por ahí.
Finalmente el accidentado San Bernardo logró salir, espero un rato, se sacudió el agua y asustado -me imagino- salió corriendo y se perdió en el campo. Nunca más lo vimos, creo que nos dio las gracias con su mirada y luego continuó con su vida. Mientras que nosotros los rescatistas nos sentimos muy felices de haber ayudado a este desconocido e indefenso San Bernardo.
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