No es fácil cuidar un hámster. Además de la pequeña jaula, que lo limita a vivir tristemente preso, esta tarea es más difícil cuando en tu casa mantienes un ejército de felinos. Mala combinación. Pese a lo anterior, mi amiga Antonia adoptó un pequeño y anaranjado roedor, y lo escondió en su pieza para que Timoteo no lo engullera: el gato tenía fama de cazar los ratones de la vieja casona, por lo que un hámster de seguro le resultaría un banquete más fino.
La fui a visitar durante el verano pasado. Admito que los ratoncillos corriendo por arriba del techo y debajo de las tablas, sonaban como de película de terror. Incluso, el pequeño hámster, al que bautizaron como Cher (sí, mi amiga amaba a Cher), miraba para todos lados en busca del origen del sonido del centenar de patitas recorriendo la casa.
Un día, Antonie fue a hacer unos trámites de la universidad al centro (vivía en una especie de campo, algo aislada de la ciudad). Me di cuenta cuando desperté y ella no estaba en su cama. Aproveché de instalarme en una silla mecedora en el patio y volví a quedarme dormida. Al rato, recordé a Cher y subí a darle comida. ¡No puede ser!, la anaranjada bola de pelos no se encontraba en su jaula y ésta estaba abierta.
Lo busqué por todos lados y no pude dar con su paradero. Le pregunté a la mamá de Antonia y tampoco tenía idea de dónde estaba. Pero mi desesperación llegó al límite, cuando vi el hocico de Timoteo manchado con sangre: "el gato se lo había tragado", pensé.
Llamé a mi amiga y le conté la historia; la pobre se puso a llorar en la fila del banco y yo no podía hacer nada para consolarla. En el almuerzo me sentí pésimo, ni si quiera pude comer con la imagen del felino ensangrentado. En la tarde me fui a sentar en la mecedora para esperar a la Toñita, pensando en qué le diría para levantarle el ánimo. Fue en ese momento cuando a la distancia, vi un punto peludo que se movía lentamente.
Me acerqué a mirar: era Cher algo desconcertado, que me observaba fijamente. Fui lentamente a buscarlo (porque los hámsters suelen huir cuando uno se acerca) y, cuando estaba cerca, me di cuenta de que Timoteo había llegado primero que yo. Intenté correr, pero ambos animales corrieron más rápido que yo y, en un campo, es fácil que se arranquen para todos lados.
El gato se lanzó sobre el hamster y a mí me llegó a doler el corazón, por lo que atiné a cerrar los ojos sin hacer nada más. Pero cuando volví a observar, Timoteo picaba a Cher con la patita en búsqueda de juego (me dio la impresión) y el roedor le respondía con movimientos eléctricos. Tras un rato observando, me di cuenta de que debía poner a salvo a Cher de todas maneras: habían muchos otros gatos y perros que no serían tan juguetones, así que lo metí en su jaulita.
Pese a que me sentía aliviada, en la noche llegó la Antonia con cara de muerte y no me creyó lo ocurrido (si lees esto, perdóname amiga), por lo que me despidió de inmediato de su casa. Bueno, al menos Cher vivió una semana más con la Antonia, pero luego se desapareció para no volver más.
Imagen CC Peter Maas