Camila era la gata más vieja de la familia Castillo Pinuer, en la ciudad de La Unión. Llegó en el año 2007 a componer el hogar con apenas un mes y medio de vida, siendo la más pequeña de la camada. Fue un regalo para el hijo mayor de la familia y éste la crió como una verdadera guerrera. Le enseñó a pelear, a defenderse de otros gatos y a no dejar que nadie le hiciera daño. Pero Camila, a pesar de ser una gata fuerte y respetada en el barrio; no podía tener gatitos.
Muy al sur, entre nubes, lluvia, árboles frondosos, un río caudaloso, olor a leña y mucho verde, está la pequeña ciudad de La Unión, donde vive la familia Castillo Pinuer. Familia amante de los animales que tuvo bajo su cuidado a cinco gatos: Camila, Dominga, Surigato, Percy y Blanket, además de una perrita pastora alemán llamada "Caipirinha".
Son los hijos de la familia: Diego, Camila y Pamela quienes se encargaban del cuidado y regaloneo constante de los animales. Diego era el dueño de Camila -nombre puesto para molestar a su hermana- y él se encargó de enseñarle todo lo que sabía. Tiempo después, en enero de 2011, un pololo de Camila –la hermana del medio, no la gata– llegó con una pequeña minina a la que llamaron Dominga.
Camila no podía tener gatitos y aunque sí se preñaba, sus hijos nacían muertos o sólo vivían un par de horas. Pero Dominga sí podía tener gatitos y ella se encargaba de llenar la casa con pequeñas bolitas de pelo, que maullában suavemente desde la habitación de los dueños de casa para luego, cuando fueran destetados, ser dados en adopción a quien quisiera tenerlos y amarlos.
Fue entonces, en la llegada de la última camada de la gata - antes de la esterilización- cuando nació un pequeño gatito débil, cabezón, colorinche y feo, al que pocos le decían que era bonito, éste era Surigato. Nació junto a sus hermanas Blanket y Percy.
Las gatitas eran atendidas constantemente por su madre, mientras que al fondo de la cajita donde dormían, estaba Surigato. La gata Camila hacía poco había sufrido una pérdida, así que siempre sacaba a Surigato desde su rincón abandonado.
Así fue como de a poco lo fue cuidando; le daba de comer, lo lavaba y lo trataba como a su hijo. Pasaron los meses y Suri creció, se puso más cabezón y se convirtió en un gato gordo y grande. Lento y flojo. Regalón de su mamá adoptiva pero muy inseguro. Pues, no salía de la casa y marcaba territorio en todos lados. Y era Camila quien salía a pelear con los gatos del barrio, para llegar después a acurrucar y dormir junto a su hijo robado.
Siguieron pasando los meses y la relación entre ellos se iba reforzando, hasta el punto en que Surigato siempre buscaba a su mamá adoptiva con la colita parada. Eran inseparables.
Pero al tiempo después, la gata ya estaba vieja y durante la primavera se fue de casa. Pasaron las semanas y la gata no volvía… había que esperar lo peor. La familia la esperó, pero pasado el tiempo se resignó y aceptaron que se fue para morir en otro lugar.
Pero quien no se resignó fue Surigato, que al tiempo después de que Camila desapareciera decidió seguir sus pasos, dejar la casa donde nació, abandonar a su madre biológica, dejar a sus hermanas y partir detrás de su nueva mamá.
Ya han pasado casi dos meses desde que Surigato desapareció, y casi dos años desde que nació para ser adoptado y amado como hijo único. Si bien esta historia no tiene un final feliz, nos muestra el amor incondicional entre animalitos y lo fiel de una relación madre e hijo y la nobleza del mundo animal. En la casa Castillo Pinuer, se nota la falta de estos dos gatos, pero su historia juntos es un motivo para recordarlos con mucho cariño y esperar que estén en un lugar mejor.
Imagen CC S.Hoya