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¿Has escuchado decir que las mascotas eligen a sus dueños? La experiencia me hace creer que es verdad. Y un ejemplo de ello es mi adorado Duke, un perro mestizo, blanco con manchas negras, pelo corto y un poco más grande que un Pastor alemán.
Llegó en verano, utilizando mi calle como su pasarela perruna, pero no se trataba de un visitante casual. No tenía aspecto de mascota abandonada y en casa nos preguntábamos si sería de algún vecino, así que comenzamos a indagar. El problema es que ya teníamos un perro, y una gata poco amable con sus amiguitos del vecindario, entonces era difícil recibir a un nuevo integrante canino.
Pasaban los días y nuestras búsquedas de dueño no arrojaban buenos resultados. Ya le habíamos armado una cama provisoria, afuera de mi casa, y le dábamos agua y alimento, sospechando que nadie más lo hacía. De hecho a los dos meses, comprobamos que tal como ocurrió con este caso, él había sido abandonado.
Pero volvamos al principio. Una tarde, a punto de anochecer, ¡lo encontré esperándome en el paradero! Llevaba casi una semana siendo parte de nuestras vidas, aunque aún a puertas afuera. Ya se había ganado el cariño de la familia, y en ese momento, supe que debíamos adoptarlo. Nuestra búsqueda era suficiente y él no podía seguir sin un hogar. Al otro día le presentamos a las mascotas; con mi perro no hubo problemas, pero la minina solo tenía ganas de estrenar sus largas garras afiladas en él.
Lo adoptamos, y para salvarlo del maltrato gatuno, decidimos separarlos por un tiempo, hasta que ella aceptara al nuevo integrante de la familia. Al menos por unos días, solo se verían a través de una ventana o de algo que impidiera los rasguños y una posible mordida de vuelta. Solucionada la primera etapa y con una casa momentánea, mientras se construía la definitiva, era hora de buscarle un nombre.
Suponiendo que sus dueños anteriores le tenían uno, empezamos a nombrarlo de varias maneras, pero no había respuesta perruna. Ya a punto de darnos por vencidos y preparándonos para encontrar un nuevo nombre, mi padre dice "Duke" y la reacción fue inmediata. ¡Comenzó a saltar con una felicidad sorprendente! Ese era su nombre y por su reacción, el que lo seguiría acompañando. Claro que nunca supimos si el Duke original era con "Q" o con "K", pero a mi me gustó la segunda opción.
Independiente de ello, este perseverante con titulo nobiliario, fue una mascota perfecta. Se hizo íntimo amigo de mi otro perro e intentó hacer lo mismo con mi gata, aunque rara vez lo logró. Entregó cariño incondicional, me acompañó en mis horas de estudio y se transformó en un guardián de primera categoría. Pero al poco tiempo tuvimos que despedirlo, llegó de aproximadamente 7 años y nos dejó a los 11. Fue un momento de mucha pena, sin embargo, nos quedamos con la sensación de una fortuna inmensa al ser la familia que éste noble peludito eligió.
Y tú, ¿tienes una experiencia parecida?
Imagen CC Gonmi