Normalmente se atribuye el instinto materno al género femenino, pero a veces hay excepciones muy sorprendentes en el reino animal, que dejan boquiabierto a cualquiera. Les contaré la historia de "Mono" y "Chiqui", dos gatitos que estrecharon un íntimo lazo familiar sin ser nada más que hermanos de reino.
"Mono" era un gato gordo, casi de los primeros que adoptamos al llegar a la nueva casa. En ese cambio, sus amigos "Cocho" y "Loli" se desorientaron y volvieron a mi hogar antiguo, obligando a los nuevos dueños a hacerse cargo de ellos. Por lo mismo, Mono quedó solito y decidimos traerle un compañero.
Así llegó "Chiqui" (o Xiky, cómo le había puesto mi hermana), un gato diminuto de cabecita pequeña y maullido tiernamente triste. A duras penas se ponía de pie, tenía sólo un mes y su mamá lo había dejado abandonado junto a la camada. Tenía el pelaje negrito y las patitas blancas.
Mono lo miró con extrañeza toda la tarde. El pobre Chiqui intentaba caminar por la alfombra y se hacía pipí, mientras el otro gato continuaba quieto observándolo. Así pasaron unos tres días. Pese a que el gatito no estaba solo, el otro no hacía más que contemplarlo.
Una noche dejamos encendida la estufa para que los mininos no sintieran frío. Mono atinó de inmediato a acostarse cerca del fuego, mientras Chiqui aún tenía dificultades para acercarse al calor. Entonces, casi como un instinto maternal, Monito mordió del lomo a su compañero y lo movió hasta acurrucarlo junto a él en la estufa.
Desde esa ocasión, Mono comenzó a ayudar a trasladar a Chiqui desde el lomo, hasta que este pudo caminar por sí solo. Cuando ya tenía las patitas firmes, se subía sobre el cuerpo recostado de Monito y se acurrucaba sobre él.
Chiqui continuó siendo pequeño toda su vida, no engordaba mucho y por algún motivo, la cabeza siempre la tuvo más pequeña que el resto del cuerpo, por lo que se convirtió en el hijo adoptivo de Mono, que triplicaba su tamaño. Llegaron otros felinos, pero estos dos nunca tomaron en cuenta a los demás - ni si quiera a las gatas -, se la pasaban acostados bajo el sol.
Ya que fue hace muchos años, más de una década, ambos gatitos obviamente ya fallecieron. En el momento que murió Mono, quien ya tenía como 6 años cuando llegó Chiqui, pasó una de las experiencias más tristes y lindas que he visto por parte de mis mascotas: el pequeño siguió durmiendo encima de la tumba donde sepultamos a su amigo, hasta que cuando viejitom decidió ir a morir ahí mismo y eso que habían crecido hierbas y flores.
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Imagen CC Pixabay