Nadie sabe dónde nació, ni cuál fue la mezcla de razas que le dieron origen. Al parecer, tuvo antepasados "salchichas".
Cuando tenía aproximadamente dos meses de vida, lo encontró mi primo cerca del Río Mapocho. Estaba flaco y era muy pequeñito. Lo llevó a su departamento y lo tuvo durante meses. Pero a pesar de que lo quería y cuidaba mucho, le daba pena saber que el cachorrito pasaba solo. Entonces decidió dármelo, ya que en mi casa había un patio grande para que pudiera jugar.
En pocos días, se convirtió en el consentido de toda la familia; pero cuando todo iba bien para el pequeñito, un día pasó algo que nadie podría haber imaginado. La señora que hacía el aseo, dejó la puerta abierta y no se dio cuenta de que Facundo había salido.
Corrió rápidamente por la plaza cercana, mientras lo llamábamos y tratábamos de tomar. De repente, cruzó la calle... el camión del gas no lo vio y lo atropelló. Desconsoladas, lo llevamos rápidamente a la veterinaria que lo curó y dijo que le había quedado dañada una patita, pero que poco a poco iba a recuperar la movilidad.
Pasaban los días, pero su patita lejos de mejorarse se arrastraba por el suelo y fue perdiendo los cojinetes. Cada vez que lo llevábamos a la doctora, lo curaba y le ponía collares isabelinos para que no se mordiera ni se sacara las curaciones.
Un día, su patita comenzó a oler mal. Lo llevamos de emergencia a otro veterinario. Él nos dijo que lo que tenía era una fractura, que no había recibido el tratamiento adecuado y que a estas alturas, tenía una infección generalizada. Lo único que se podía hacer para salvarle la vida, era amputarlo. A pesar de la pena que nos daba que le cortaran la patita, tuvimos que hacerlo.
Fue muy impactante verlo regresar a casa con un chonguito a la altura del hombro. Nos preguntábamos: ¿cómo se podría adaptar a vivir así? Pero al poco tiempo, comenzó a caminar ubicando su otra patita delantera al medio para lograr el equilibrio.
Al poco andar, Facundo ya tenía una vida normal, hacía todo lo que acostumbraba antes del accidente. Claro, se cansaba un poco más, pero corría, jugaba y ¡era más feliz que nunca!
Facundo, nuestro pequeño luchador, nos había demostrado que para ser felices, sólo hace falta querer serlo y poner un poco de nuestra parte.
¿Qué te parece su historia?