Mi mamá ama tener mascotas. Es por eso que decidimos regalarle un cachorrito para su cumpleaños. El peludito era resultado de la unión de la perrita Pekinés de mi pololo, con un Poodle algo desordenado que vivía en la casa de al lado.
Lo escondimos en una cajita blanca con una cinta roja y ubicamos el regalo entre sus piernas. Parece que el perrito no aguantó mucho la emoción y asomó su cabecita desde la caja para mirar hacia afuera. A mi madre le encantó el pequeñín y lo bautizó como "Pinky", igual que un gato que habíamos tenido antes.
El canino tenía poco más de dos meses, por lo que el cambio de la leche materna al alimento y al agua no fue muy fácil. En un principio sólo lo olía y luego, de a poco, comenzó a masticarlo. El problema fue que al siguiente día, comenzó con vómitos y lombrices - problema "normal" en cachorritos - por lo que el veterinario le recetó unas pastillas para recuperar su estómago. Pero Pinky no mejoraba.
Me sentí muy triste, porque en vez de darle un alegre regalo a mi mamá, le estaba dando una enorme preocupación. Pese a la situación, ella continuaba acompañando a Pinky en su recuperación, aunque no tuviese mucho éxito.
El cachorrito ya casi ni comía, estaba tumbado en su almohada con carita triste y se dejaba acariciar todo el día. Fue en esa situación cuando mi madre recordó un viejo secreto que podría ayudar al perrito: Hirvió dos clavos de olor un par de minutos, enfrió el agua y le dio a beber dos jeringas directo en el hocico del cachorro, que lo tomaba de mala gana.
¡La medicina casera dio resultado!, Pinky estaba masticando su alimento al día siguiente y corría de un lado a otro en busca de jugueteo. Hoy, casi nueve meses después, el cachorro es el regalón eterno de mi mamá, lo que puso celosos a algunos gatos, y lo mejor de todo, es que nunca más se volvió a enfermar de la guatita.
¿Conoces algún otro remedio casero que sea tan efectivo?