La gran mayoría de las veces adoptamos cachorros en vez de perros adultos, así como solemos comprar perros de razas, pero Lazzy no era un cachorro ni fue comprada; era una perra siberiana, que merodeaba cerca del terminal de buses en Concepción una tarde de invierno.
Eran los años '90 y mi mamá estaba embarazada de mí, cuando mi papá llegó con una distinguida canina a la casa. Tenía los ojos de distintos colores, uno azul y el otro verde, y era de un temperamento cariñoso, por lo que se familiarizó de inmediato con mis padres.
Pese a esto, cuando nací mi mamá no tenía tiempo para hacerse cargo de Lazzy y se la regaló a mi abuelos. Tras unos días, le informaron que la perra había desaparecido, momento que fueron a buscarla sin éxito.
Dos años después, yo paseaba junto a mi papá en la plaza, cuando aparece un niño sosteniendo un perro siberiano con una correa. Mi padre se le acercó y le dijo que la mascota era de él, reconoció a Lazzy, la perrita que se nos había extraviado hace años. Extrañamente, el niño no dudó en devolverle a la perrita y se fue sin preguntar más. La canina había vuelto a casa y mi mamá estaba contenta de verla. Lazzy estuvo aproximadamente un año con nosotros y se volvió a extraviar.
Y de esta manera, sólo nos habíamos quedado con dos hijos de la siberiana que, por más que la buscáramos, nadie sabía de su paradero. Los hijos de Lazzy crecieron (Rombo y Pipo) y lograron reemplazar el lugar de su madre, hasta que, casi tres años después, la canina llegó una noche de invierno a nuestra casa.
Estaba delgada, algo maltratada, pero aún mantenía su carácter amable y su mirada tranquila. Le devolvimos su casa en el patio, su alimento y el cariño que había dejado atrás, pero esta vez no alcanzó a estar ni un año con nosotros y se volvió a perder: parecía broma, no había manera de que se escapara ni que la robaran, pero ya no estaba en su hogar.
Yo tenía casi siete años, cuando Lazzy regresó nuevamente. No vivíamos en la misma casa, pero igual llegó. Le avisé a mi mamá y ella, de inmediato, la reconoció y readoptó. Volvió más maltratada que la última vez y no quería comer ni jugar, tenía un collar sin nombre puesto en su cuello. Esta vez Lazzy no se fue como en otras ocasiones, pero a la noche de su llegada murió mientras dormía.
Nunca supimos sobre quién se llevaba a Lazzy o hacia dónde iba - y cómo lo hacía -, tampoco supimos sobre sus anteriores dueños. Tan sólo nos quedó una sensación de incertidumbre y de vacío enorme tras su fallecimiento. Lamentablemente, casi como una maldición, alguien robó a Rombo y Pipo: dicen que una persona los subió a su camioneta cuando estábamos de vacaciones, pero ellos no volvieron como lo hacía su mamá.
Imagen CC Shummomeema