Usualmente, las mascotas preferidas resultan ser gatos y perros. A veces, conejos o ratones, algunos casos hámsters y tortugas. Pero la siguiente historia no es sobre ninguno de ellos, más bien se trata de "Cocó", una singular gallina que perteneció a mi tía.
Mi tía Ángela tenía 15 años cuando llegó a vivir al campo. Su familia había comprado un terreno en "puente 7", un sector rural al límite de Concepción y Florida, en la Octava Región. No le gustaba mucho la idea, pero al pensar en la naturaleza y el río se convenció un poco.
Obviamente, comenzaron a poblar el campo de animales, algunos destinados a ser mascotas, otros almuerzo. Entre los últimos llegaron un sinfín de gallinas y un par de gallos separados en dos gallineros para que no pelearan. Mi tía nunca había visto a estas singulares aves desde tan cerca: algunas eran muy agresivas, otras bien regordetas, pero la que más le llamó la atención, era una que tenía el cuello totalmente desplumado. La llamó 'Cocó'.
Cocó y Ángela se hicieron íntimas, una relación que nadie entendía mucho - además porque la joven era muy callada -. Cuando mi tía llegaba de la escuela, su pequeña gallinita corría a sus brazos y hacía una especie de ronroneo, mientras meneaba la cabeza contra el pecho. A veces dormían juntas; en otras ocasiones pasaban la tarde picotando las reservas de comida escondida.
Luego de un año, los padres de Ángela determinaron vender algunos animales. Cuando la joven se enteró que habían pasado esa misma mañana a recogerlos, corrió al gallinero para buscar a su singular amiga: por suerte aún estaba ahí. Desde entonces, decidió que Cocó viviría con ellos dentro de la casa.
Esa misma tarde mi tía debía ir al liceo, pero estaba tranquila puesto que su gallina estaba a salvo. Pero, cuando llegó a su hogar, Cocó no estaba. "¿Dónde está Cocó?" preguntó mientras la buscaba, los padres no tenían menor idea e intentaban calmarla. Lamentablemente, ya era demasiado tarde: la cocinera, al ver a la gallina dentro de la cocina, pensó que la pobre era la cena del día.
Pese a que la historia fue muy triste y Ángela quedó destrozada, ni los padres, hermanos y la propia cocinera sintieron lástima al servirse la cazuela. Mientras, mi tía se devolvió a Concepción con la única foto que se tomaron juntas.
Imagen CC Guam