La historia que les contaré a continuación tiene un significado muy especial para mí. No he conocido perro más fiel que el protagonista de este relato. Por su valentía, compañía, fidelidad y amor incondicional, este pequeño homenaje es para el 'Tuti', el perro de mi abuela.
Mi abuela cumplió 89 años el 19 de septiembre de este año. Durante toda su vida, ha tenido tres perros y un gato. Siempre ha sido muy apegada a sus animales, capaz de regalonearlos con los mejores banquetes. Hasta el día de hoy, el paso del tiempo no ha derrocado la famosa tradición de mi abuela: un domingo al mes, parte a la carnicería y compra un tremendo pedazo de carne, llega a casa y lo prepara como si vinieran sus mejores invitados, pero los comensales son ellos, sus perros. Imagínense cómo mueven la cola de felices. Además de lamer la cara y el cuello a mi abuela. A pesar de que cada una de sus mascotas tuvo atributos que los hacían especiales, hubo uno con el que crecí, que se robó mi corazón por completo. El famoso 'Tuti', le pusimos así por el postre de frutas 'Tutti Frutti', sólo que como éramos niños, no sabíamos que se escribía tutti con dos T. Siempre pensamos que era un perro inmortal, porque alcanzó a vivir casi 20 años. En un comienzo le costó mucho lograr adaptarse, pero después se creía patrón de fundo. Fue fiel compañero de varias conversaciones privadas, porque al parecer, escuchar lo que contaba la gente era uno de sus pasatiempos preferidos.
Un día, una de mis primas estaba muy afligida. Nos fuimos al patio a conversar. El asunto es que estaba embarazada. Hablábamos casi susurrando, porque era un secreto todavía. Yo la iba a abrazar de la emoción, pero alguien se me adelantó. Miro y ahí estaba el Tuti, encima de ella. Desde ese día pensamos que este perro era distinto. Tenía una capacidad de contener a las personas, aún en sus momentos más difíciles. Lo más sorprendente es que cada vez que llegaba mi prima, el Tuti se le abalanzaba y le olía el vientre. Tal vez se creía doctor.
Los últimos años de su vida los pasó felizmente. Aunque sus piernas, cansadas por el paso del tiempo, no le permitían acompañar a mi abuela al fondo del sitio para regar, porque ese era otro de sus gustos: agarrar la manguera con el hocico y hacerla llegar a donde estuviera mi abuela, sin morderla. La manguera llegaba en perfectas condiciones a su destino. Claro que en agradecimiento, mi abuela tenía que tirarle un pequeño chorrito de agua en la nuca. No sé por qué, pero le encantaba.
Hace cuatro años el Tuti partió. Lloramos mucho cuando nos dejó. Ya no le quedaba ningún diente. Y pasaba las horas mirando cómo las moscas rondaban su pelaje. Sin embargo, su último día de vida lo pasó de pie. Casi todo el día al lado de mi abuela. Todos pensamos que se había recuperado, pero no, era la mejoría de la muerte. Al día siguiente amaneció sin respiración. Ya no estaba más. Pero se quedó grabado para siempre en nuestros corazones.
Hay tanto que agradecerles a las mascotas. Su compañía, su amor y su fidelidad. Gracias, Tuti.