Cuando comienzo el rescate de un animal, nunca sé en qué terminará. En ocasiones se trata de animalitos que se encuentran bien y solo es preciso buscarles un hogar, en otras, se trata de animales muy enfermos, que a veces no logran resistir, pero cuando lo logran, la alegría es inmensa: ¡Que felicidad se siente al ver cómo un animal, condenado a una muerte segura en las calles, logra salir adelante y convertirse en un ser sano y feliz!
La historia del pequeño 'Negrito' es de esas que me han llenado el corazón de alegría. Se trataba de un pequeño perrito que deambulaba solo por las cercanías de mi hogar. Su estado era deplorable: casi no tenía pelo y sufría una evidente desnutrición. Creo que en esas condiciones no habría sobrevivido por mucho más tiempo.
Lo llevamos a casa, le hicimos una camita y lo alimentamos. Comía muy poquito. Aún era invierno, sólo si asomaba el sol, se levantaba para echarse al calor de sus rayos, de lo contrario, prefería pasar el día descansando en la camita que le habilitamos. Por nuestra experiencia, creímos que la pérdida de pelo se debía a la mala alimentación, pero luego de unos días sin cambios, decidimos llevarlo al veterinario.
En la consulta nos enteramos de que el pequeño Negrito tenía alrededor de un mes y medio. Pesaba apenas más de un kilo. Sufría de sarna, seguramente heredada de su madre, según explicó la doctora. También desde el vientre materno, arrastraba una severa desnutrición, que le llevó a presentar las patas delanteras curvadas por la debilidad. Muchas preguntas nos surgieron entonces: ¿Qué sería de su madre y hermanitos? ¿Cómo se habría separado de su familia? ¿Sería el único sobreviviente? Nunca tendríamos esas respuestas, pero él estaba con nosotros y debíamos ayudarlo.
Iniciamos un tratamiento intenso contra la sarna, con baños cada tres días e inyecciones semanales. Para nutrirlo y fortalecerlo tuvimos que elegir las mejores comidas, además de complementar su dieta con vitaminas y calcio.Durante las primeras semanas no observamos cambios, ni en su estado físico, ni en su decaído ánimo. Estábamos asustados, ya que la veterinaria nos advirtió sobre lo susceptible que se encontraba de contraer enfermedades más graves como distemper, pero no podíamos vacunarlo sino hasta terminado el tratamiento. Fue recién en la tercera semana que, cuando llegué a casa, se levantó a recibirme y jaló, en un intento de juego, los cordones de mis zapatillas ¡Qué alegría sentí! Desde entonces, todo fue mejorías. El pelo empezó a poblar su cuerpo, se notaba más alegre y juguetón, aunque no podíamos pensar en buscarle un nuevo hogar pues, su débil estado se seguía manifestando en sus curvadas patas delanteras.
Recién en su cuarto mes de vida Negrito llegó a ser un perro pleno, sin rastros de sarna y con sus patas por fin derechas, desarrolló la musculatura y lucía fuerte y feliz.
Llegó el momento de buscarle una familia que le brindara el amor y protección que necesitaba. Pese a ser muy bonito, no llovían los interesados, a veces las personas no se fijan en perritos de apariencia corriente como la del Negrito. Pero finalmente, una familia lo acogió y Negrito se marchó de nuestro lado. Recibió sus vacunas y sobre todo, mucho amor. La despedida nos entristeció, sin embargo, hoy negrito es un perro feliz.
Así fue el rescate de negrito, quien para mí siempre será un símbolo de los cambios que podemos lograr en las vidas de animales callejeros cuando, en vez de esquivar la mirada, decidimos tender la mano, por eso hoy comparto su historia.