En el enorme zoológico de gatos y perros que tengo en casa, alguna vez hubo espacio para los roedores. Y no me refiero a los ratoncitos - que sin duda mis felinos hubiesen gozado como banquete -, si no que a sus hermanos de orejas largas: los conejos.
La primera vez, adopté una pareja de conejitos silvestres, que se reprodujeron hasta más no poder (el mito era cierto). Luego fui dueña de un simpático dientón, que saltaba hacia atrás como si "le diera la corriente", - algo parecido al truco de "saltín" de los "Padrinos Mágicos" - y el último, fue 'Ocio' (se llamaba así porque al principio no hacía nada), un tierno y blanquito conejo que roía todo lo que podía.
Recuerdo que Ocio tenía unas largas orejas que casi tocaban el piso. Sus enormes ojos rojos estaban siempre alerta de su entorno y la nariz se meneaba cada minuto. Al pasar de los días saltaba más alto, e incluso, a veces atrapaba telas - o prendas de vestir - para mordisquear en el suelo.
Una tarde, mi conejo comenzó a roer la cama de Pinky - un gato gruñón que hasta el día de hoy tengo - y se quedó ahí durante varios minutos. Cuando llegó el minino, no dudó en asustar a Ocio con un rasguño que no alcanzó a dañarlo más. Admito que fue una escena graciosa, por lo que me reí instantáneamente con mi hermana, que también estaba viendo, sin percatarnos que el conejito había huido atemorizado.
En la noche buscamos al conejito por toda la casa, era muy pequeñito y podía estar en cualquier parte. Y así fue, en algún momento levantamos la estufa a gas - que estaba funcionando - y alcancé a ver un pedacito de su peluda piel. El corazón me latía a mil. Nos miramos con mi hermana y continuamos moviendo el artefacto hasta descubrir completamente a Ocio.
No se movía, ni nos atrevíamos a hacerlo. Una enorme pena comenzó a afligirnos hasta paralizarnos, por lo que fuimos a buscar a mamá para que ella lo sacara del lugar. Cuando llegamos, lo más extraño y hermoso estaba sucediendo: Pinky masajeaba con sus patitas a Ocio en un gesto que sólo habría visto alguna vez por Internet.
Finalmente, el conejito reaccionó - más tarde el veterinario aseguró que sólo estaba atontado por el calor - y Pinky comenzó a lamer sus orejitas. Una vez más, los animales me sorprendieron gratamente, por lo que con mi hermana aprendimos un par de lecciones; primero, felinos y roedores sólo se llevan mal en películas; segundo, mi hermana no volvió a comer más conejo asado - por suerte soy vegetariana -; y tercero, siempre que se trate de mascotas hay que tener una cámara a mano, ¡nunca dejan de sorprenderme!
Imagen CC Ed Brey