Cumplió un año la semana pasada y lo celebramos como uno más de la familia. Doce meses en los que ha pasado de todo. Desde su llegada, el regaloneo excesivo, hasta verdaderos ataques de ansiedad sufridos cuando es dejado solo en casa, tema que con harta paciencia y sobre todo, mucho amor hemos logrado sortear.
Mestizo, blanco y chiquitito, así llego Jack a las 12 de la noche del 24 de diciembre del 2013 para cumplir el sueño de Yebrail Fritz, mi pequeño sobrino de siete años. “Siempre soñé con tener un perrito, pero pensaba que el viejito no me lo iba a traer porque no me había portado muy bien en el colegio”, cuenta. La cosa es que, con tres meses de vida comenzó a vivir todo tipo de buenos momentos: vacaciones en la playa, salidas a tomar helado y paseos propios del verano.
Llegó marzo y con él las obligaciones de Yebrail y sus padres. Mientras el niño partía al colegio, papá y mamá regresaban a sus respectivos trabajos, dejando a Jack en un espacio adaptado para él, en el balcón del departamento. Agua, comida, una camita y algunos juguetes eran el escenario ideal, sin embargo cada vez que regresaban a casa lo encontraban llorando, tiritando y completamente empapado.
“Al principio pensamos en que daba vuelta el agua que le dejábamos, pero con el tiempo nos fuimos dando cuenta de que no era eso y comenzamos a preocuparnos”, cuenta Sergio, el papá de Yebrail.
Al tiempo la familia fue notando que el perro estaba cada vez más y más mojado, cayendo en cuenta de que esto sucedía siempre que se quedaba solo, aunque fuese por unos minutos, comenzaba a llorar, babear y sudar por los cojinetes de sus patitas. Además, había comenzado a manifestar verdaderas crisis nerviosas, corriendo por todo el departamento y quebrando cuanto adorno, plato y taza encontraba, destrozando libros o rasgando cortinas.
El tema fue in crescendo a medida que pasaba el tiempo, e incluso, el perro comenzó a hacer sus necesidades en cualquier lugar de la casa, tal como cuando había llegado meses atrás. “No sabíamos qué hacer, porque además de romper cosas y dejar la casa como si hubiesen entrado a robar, también corría el riesgo de que se hiciera daño, cortarse una patita o algo así”, recuerda Soledad, madre del niño.
El caso llegó a tales extremos que decidieron darlo en adopción, lo que provocó la angustia tanto del niño como del perro. Ambos, a estas alturas, ya eran amigos inseparables y sufrían mucho con la idea de ser separados.
Corría el mes de junio cuando la familia decidió pedir ayuda profesional, contactando a una entrenadora de perros que sabía bastante de estos casos. Tras una visita y con la entrega de tips, nuevas reglas y cambios de hábitos a nivel familiar la recuperación de Jack se puso en marcha. Había que sacarlo a pasear diariamente, dos veces al día – ojo a pasear no a jugar en el patio, porque genera una reacción diferente en el animal – regalonearlo pero ponerle algunos límites y reeducarlo para hacer sus necesidades en los lugares correctos.
La especialista enfatizó en la necesidad de que el animal botara el estrés y en lo fundamental de ser educado mediante el refuerzo positivo – entregar premios por buenas conductas – además de comprarle algunos juguetes para calmar su ansiedad en las horas que debiera quedar solo; ella aconsejó un Kong de plástico donde se guardan golosinas para que juegue, pero existen varias posibilidades más. Además, comenzaron un tratamiento con flores de bach para calmar su angustia.
“Nos pusimos todos las pilas, porque yo de verdad quiero a mi perro y no quiero que llore más cuando salimos”, explica Yebrail quien hoy sale diariamente con su madre a pasear al perro, para luego dejarlo libre un rato en la plaza del barrio para jugar con otros perros. Jack comenzó a engordar y a dejar de tiritar cada vez que la familia sale. Eso sí, aun llora y babea un poco, pero es algo que con el tiempo irá erradicando, según explicó el veterinario.
No obstante, sus avances han sido tantos, que la semana pasada su primer año de vida fue celebrado por todo lo alto. En familia, con hermosos regalos y su torta preferida de cuchuflí, echa por su orgulloso amo.