"Filburt", mi tortuga de orejas rojas, está conmigo desde diciembre pasado. En mi casa le tengo su acuario con la temperatura adecuada, su agua limpia, un calefactor, el espacio necesario, decoración, y por supuesto, su alimentación ¡Es mi regalona!
El día sábado de la semana en que celebramos Fiestas Patrias, aproveché el calor que hacía en el día y la saqué al patio de mi casa. Dentro de un recipiente puse a Filburt sobre una mesa y la instalé bajo el sol, para que aprovechara los rayos ultravioletas. Como animal de sangre fría, requiere mantener una temperatura constante en su cuerpo, además de otros cuidados especiales.
Mientras Filburt estaba tomando sol, aproveché de hacer algunas cosas dentro de la casa. Tenía que ordenar, hacer el aseo y organizar una ropa de mi clóset. Estuve ocupada varios minutos, pero de vez en cuando me daba el tiempo para vigilar a mi tortuga. Luego, decidí bañarme cuando había terminado todo.
Apenas salgo de la ducha y termino de vestirme, le pido a mi hermana que traiga a Filburt de vuelta a su acuario. Mi hermana baja al primer piso, sale al patio y se encuentra con la sorpresa de que ¡la tortuga no estaba! y grita desesperada: "¡Filburt no está!".
Rápidamente bajo al patio y observo que no estaba. ¡No habían rastros de ella! La escena en ese momento era de pura incertidumbre: el recipiente estaba en el suelo junto a la mesa. Mantuve la calma por unos minutos y pensaba: jamás se me había perdido, cada vez que la sacaba al patio a tomar baños de sol se mantenía quieta y tranquila, nunca la solté a caminar por el patio, no estaba acostumbrada a eso.
Comenzó la búsqueda por todos lados, el escenario era complicado: mi tortuga fácilmente se camufla en el extenso césped. Es pequeña, inquieta y escurridiza, así que podría estar en cualquier parte.
Mientras buscábamos, analizábamos la situación y la conclusión en ese minuto era que no podía estar muy lejos. Sin embargo, pasaban las horas y ya habíamos buscado por los alrededores, entre ellos, rincones oscuros, entre las plantas, bajo el auto y la mesa. Uff… el resultado era nulo.
Me senté a pensar y me daba algo de pena, porque pasaban las horas y no la encontraba. En eso, llegó a la casa el pololo de mi hermana y al ver mi rostro afligido se pone a buscar conmigo. A "Pascual", mi perro, le acerqué su hocico al recipiente donde estaba Filburt para que oliera y la rastreara, pero no resultó, él no sirve para eso.
Casi rendidos, ya no sabíamos por dónde seguir buscando. Hasta que se me ocurrió que podría estar detrás del neumático del auto. A lo minutos, el pololo de mi hermana mete su mano y ¡ahí estaba! Filburt estaba oculta en su caparazón, lleno de tierra y pasto.
Una vez que la tenía conmigo a salvo, la lavo un poco y la devuelvo a su acuario. Podía estar tranquila. Entre risas, tratábamos de saber cómo cayó el recipiente de la mesa, porque ella no tiene la capacidad suficiente para botarlo.
Ese mismo día, unas horas después del hallazgo, observo por la ventana y veo a mi perro arriba de la mesa oliendo y caminando sobre ella. Salgo del patio, lo bajo y lo regaño: "¿¡Así que tú fuiste?!".
Ahora, después de esta experiencia, protejo más a mi tortuga. Estoy atenta a ella y a lo que hace mi perro, ya que por un descuido, me hizo pasar el tremendo susto.