Vi una película de terror, pero del miedo que me dio, ya no recuerdo cuál. Terminó el film y decidí irme a dormir. La casa estaba oscura y silenciosa, nadie se dignó si quiera a bajar a ver si aún continuaba despierta.
Al llegar a mi habitación -luego de cruzar temblorosa por los pasillos- una sensación amarga y desagradable se apoderó de mí. Algunas de mis cosas estaban desordenadas y la cortina de mi ventana flameaba lentamente. Con los ojos cerrados, por el miedo, cerré de golpe la ventana, sin mirar hacia afuera y prendí la luz de mi habitación. En efecto, estaba toda mi ropa tirada y el armario abrazaba el ambiente con sus puertas abiertas.
Intenté no temer, después de todo y pensé: "Estoy sugestionada con el terror de la película". Era lógico, y rápidamente me vestí de pijama, apagué la luz y entré en mi cama. Obviamente me había escondido bajo las sábanas, para evitar que ningún "temible monstruo" me comiera viva.
Luego de pensar en mi situación, me sentí ridícula. Me destapé de golpe y comencé a observar la habitación; en realidad yo era un desastre y lo más probable, es que este desorden fuera producto de lo mismo. Tranquila, empezaba a retornar el sueño cuando unos enormes y rasgados ojos brillantes me asecharon desde el espejo a los pies de mi cama.
Mi enorme grito despertó hasta la última paloma que descansaba en el techo de mi hogar. Me desesperé aún más, cuando sentí que algo correteaba por la habitación, hasta que de repente, oigo que algo que se azota contra la ventana que acababa de cerrar. ¡Paf! un curioso gato había hurgado entre mis cosas y -como castigo al susto que me dio- se había ganado el cabezazo de su vida contra el cristal.
Pobre minino, al tiempo me di cuenta de que él tan sólo quería un hogar, pero lamentablemente, mi grito logró espantarlo y a penas le abrí la ventana, saltó hacia la calle y nunca más volví a verlo.