Pequeño, callado y suavecito. Con su nariz rosada y un pequeño cascabel atado a una cinta verde, me esperaba en brazos de mi amiga "Caro", para transformarme en su nueva dueña. Su minúscula e inocente cara, me convenció inmediatamente de apretarlo entre mis brazos. Se llamaba "Tommy" y estaba listo para traerlo a su nuevo hogar.
Recuerdo que crucé la calle con la inofensiva criatura, que clavaba suavemente sus garritas en mi ropa al divisar tanta gente. Luego, al subir al bus, me detuve a observar su carita: los grandes y verdosos ojos me miraban en silencio, sus orejitas aleteaban a la más mínima corriente de aire y asomaba la lengua para peinarse el bigote.
Al bajar del transporte, decidí que "Tommy" estaba trillado y cambié su nombre por "Fito". Sin ningún motivo aparente, sus pupilas dilataron el grosor, las orejas apuntaron hacia el cielo y desde su hocico un sinfín de desentonadas notas comenzaron a escapar.
El inocente minino, había mutado en un gato loco que maullaba como Axl Roses y saltaba como langosta, y así siguió hasta que llegamos a casa e inmediatamente, comenzó a escalar sillones y muebles marcando la vanidad propia de los gatos en cada paso que daba sobre las cosas: marcando su carácter.
Al tiempo, "Fito" no sólo se había convertido en el honorable amo y señor de la casa -dueño interminables caricias- quería, además, aparecer en cada video y fotografía, razón por la que decidí transformarlo en el protagonista de mi examen de arte. Saltó a la fama entre locas escenas pop y ruidosas melodías covereando al "keyboard cat".
Pero un día, el loco y ególatra Fito, ya no fue más un gatito bebé. Estaba listo para vivir en el patio, compartiría su casita junto al viejo gato "Fufy" y jugaría con mis tres caninos en un edén de flores, amaneceres y libertad para conocer. La idea le enfermó.
Afiló hasta la última garra y comenzó a cantar desgarradas canciones mientras rasguñaba la puerta. Entraba disparado como una bala por cada espacio que se abría, se impactó mil veces contra las ventanas al confundir el reflejo y se escondió bajo la cama un par de veces. Decidimos darle una nueva oportunidad, él realmente odiaba vivir afuera.
En tanto, Fito tan sólo tenía sed de diva-venganza. Fue una noche, cuando me di cuenta que mi pequeño felino no estaba acostado en su silla; se había enojado luego de que no lo dejase subir en mis piernas. De pronto, un desagradable olor comenzó a invadir las escaleras: Fito tenía una viscosa sorpresa preparada para mí.
Creo que jamás había divisado semejante defecación y dudo en volver a disfrutar de una fragancia tan natural. Lo que sí sé, es que jamás volveré a llamar "Fito" a otro gatito, ni me dejaré engañar por un pequeño y peludo rostro antes de preguntar.