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En una nota anterior les conté sobre mi perrito bóxer "Rocky", que murió a los dos años envenenado. Ahora les contaré sobre la descendencia de Rocky; un mes antes de que muriera, lo cruzamos con otra bóxer. Tuvo 10 hijos, pero 4 murieron y nos quedamos con uno. Días después de la muerte de Rocky, llegó a nuestra casa su hijo, "Rocky Junior", un bóxer atigrado muy parecido físicamente a su papá, pero muy distinto en carácter.
Como Rocky Jr. apenas tenía un mes de vida y echaba de menos a sus hermanos y mamá, por las noches lo dejábamos dentro de la casa, en una caja. Los primeros días dormía bien, pero con el paso de las semanas aprendió a salir de la caja y, literalmente, dejaba la escoba en la casa: mordía todo, orinaba las alfombras, desordenaba. Así que pronto, se instaló en la casa en el patio que le heredó su padre.
Rocky Junior llegó a ocupar el lugar de su padre, pero no era lo mismo. Rocky Jr. era más activo, nervioso y chillón, cuando jugaba ladraba mucho y trataba de morder, por más que le enseñábamos no nos hacía caso. Le gustaba estar en la casa, no salía mucho a la calle y al igual que con su papá, lo llevábamos a todos lados.
No podía ver los globos, le gustaba atraparlos y morderlos. En más de una ocasión botó a niños desconocidos en plena calle, al tratar de quitarle los globos. No soportaba a los "viejos curados", cuando veía a alguno no paraba de ladrar hasta que se fueran de su vista.
En ese tiempo, coincidió que mi mamá compró un terreno y comenzó a construir una nueva casa, a un par de cuadras de donde vivíamos. Todos los días Rocky Jr. la acompañaba a inspeccionar las obras y jugaba con los maestros, en más de una ocasión se quedó encerrado en el sitio y tuvimos que ir por él.
Cuando la casa estuvo lista, nos cambiamos y Rocky Jr. se adaptó rápidamente. No así los gatos que seguían en la antigua casa y por más de que mi mamá los llevara a la nueva, se seguían devolviendo.
Los domingos y festivos salíamos con Rocky Jr, lo llevábamos en el Jeep a recorrer el campo y lo hacíamos correr, le gustaba mucho jugar. En el verano del año 2003 cuando Rocky Jr. cumplió los dos años, comenzó a actuar raro, se puso inactivo, estaba echado todo el día en su casa, andaba decaído.
Lo llevamos al veterinario de mi pueblo, le hicieron exámenes y se llegó a la conclusión de que era un problema cardíaco. Cada vez que le tomaban la temperatura, se asustaba, se ponía serio y se quedaba inmóvil. Fueron tantas las revisiones, que cuando veía la clínica veterinaria no quería entrar, se rehusaba y tironeaba de su cadena.
En marzo de ese año, entré a la Universidad en Temuco, al segundo día de clases mi papá llevó a Rocky Jr. a la misma ciudad, a una clínica veterinaria que nos recomendó el veterinario del pueblo. Rocky Jr. quedó hospitalizado, estaba muy mal, ya ni se movía, estaba muy decaído y se agitaba al menor movimiento. Confiamos en que se mejoraría.
Al día siguiente, saliendo de la universidad me fui de inmediato a la clínica a verlo. Al llegar, el veterinario me dice que Rocky Jr. había fallecido. Pasé a verlo a su canil, había luchado todo el día, le salía sangre de su nariz y ya no respiraba. Mi papá viajó de inmediato para llevarse su cuerpo y enterrarlo junto a su papá, en un campo cercano a orillas de un río, rodeado de árboles.
Lamentablemente, Rocky Jr. no alcanzó a tener hijos. A pesar de que nos costó superar su partida, a los meses después mi mamá comenzó a recoger perritos y perritas de la calle, los alimentaba y los esterilizaba. A algunos les buscó un hogar y a los que nadie quería, se los quedó. A pesar de extrañar a Rocky Jr. y a su papá, los perros que recogíamos de la calle vivían mucho más y resultaron ser igual de leales y cariñosos, lo que reafirmó el compromiso de mi familia hacia las mascotas.