Siempre han dicho que los perros son el mejor amigo del hombre y que pase lo que pase, protegerán a su amor. A mí, mi perro "Isler", me lo confirmó.
Isler era un San Bernardo,que siendo muy pequeña, recibí como regalo de cumpleaños. Cuando lo vi tan chiquitito, comprendí que no le podía tener miedo como a otros perros.
Cuando yo tenía unos 5 años, sufrí "un accidente" por culpa de un pastor alemán y en ese momento, creé una especie de trauma que me hacía sentir temor por todos los perros. Pero cuando llegó Isler a mi casa -con su cariño y ternura- me ayudó a superar la mala experiencia poco a poco. Perdí el miedo a jugar con él, bañarlo y hacerle cariño.
Sin embargo, mi temor seguía latente, sobre todo pensaba en cuando el perro creciera. Pasaron los meses y esto ocurrió. Isler se convirtió en un San Bernardo muy grande y con mucha fuerza y ya estando así, me demostró que no había nada que temer.
Ya pasado un tiempo y gracias a la confianza que Isler me entregó, pude acercarme con más agrado a perros grandes, sin miedo a que me mordieran o me hicieran daño.
Isler me enseñó que un perro grande no es necesariamente un perro peligroso y que todo animalito tratado con amor, devolverá con el mismo sentimiento.
Hoy, mi trauma está superado. Todos los perros me encantan, sin importar si son grandes o chicos o si son de las denominadas "razas peligrosas". Mi miedo se fue y todo se lo debo al gigante Isler, que aunque ya no esté con nosotros, me dejó algo que me servirá para toda la vida.
Imagen CC Alberto Carrasco