"Rocky" llegó a nuestra familia cuando tenía cuatro meses, era un bóxer atigrado muy regalón. Al patio de mi casa llegaban varios gatos de la cuadra, mi mamá tenía un local de comida de mascotas y los muy interesados siempre iban a comer.
En su primer día y como Rocky aún era un cachorro, los gatos se ensañaron con él y lo dejaron todo rasguñado. Con el tiempo, Rocky creció y los gatos pasaron susto; no los podía ver, a la única que quería era a "Dulcinea", la gata de mi mamá, con la que dormía acurrucado en las noches pero de día peleaban todo el tiempo.
Todos nos encariñamos con Rocky. Mi mamá le hizo una capita roja para el invierno, debido a que tenía el pelaje muy cortito y pasaba frío en su casa. Con el tiempo fue agarrando confianza y como teníamos un negocio en la casa, se pasaba la mayor parte del tiempo en la puerta del local. La gente lo veía y jugaba con él, era un perro muy sociable y además, se llevaba muy bien con los perros de la cuadra.
Muchas veces desaparecía de la casa y recorría la ciudad, las personas que lo conocían nos avisaban que habían visto a Rocky patiperreando en tal calle, pero siempre volvía, le gustaba salir, era un perro libre.
En los veranos lo llevábamos al río o a la playa, muchas veces fue a acampar con nosotros, era uno más de la familia. Le gustaba jugar en el agua, al principio se aferraba a mi hermano grande, lo abrazaba con sus patitas, pero pronto aprendió a nadar y jugaba con nosotros, le gustaba robarse la pelota.
Cuando teníamos que salir todos y se quedaba solo, le daba depresión y no comía nada en todo el día, pero cuando llegábamos por la noche era el perro más feliz del mundo.
También, cuando me iba a clases por las mañanas, me esperaba para que le abriera la puerta de la calle, daba una vuelta y se entraba. Varias veces siguió a mi hermano chico al colegio y mi mamá tenía que ir a buscarlo, porque Rocky entraba al colegio y había escándalo, todos los niños jugaban con él. Mi casa quedaba al lado de una iglesia y los domingos cuando había misa, él en sus andanzas iba a la iglesia, muchas veces mi mamá se lo tuvo que traer.
Una vez entró a mi dormitorio y sacó mis peluches y se puso a jugar con ellos en el patio, cuando llegue mis pobres peludos estaban llenos de barro y Rocky, que sabía cuándo hacia una maldad, puso su carita y los ojitos del gato con botas.
Rocky alcanzó a vivir dos cortos años con nosotros, un día amaneció enfermo, no comía y andaba muy decaído, no sabíamos qué pasaba. Por la tarde comenzó a sangrar y en la noche, se escondió entre medio de una bodega que había en el patio, no quería salir de ahí, al otro día amaneció muerto.
En la noche había dado su última batalla y no pudo ganarla, según el veterinario murió envenenado, posiblemente por vidrio molido. Nunca pude entender cómo un ser humano puede ser tan cruel y envenenar a un animalito que nada ha hecho, que era uno más de una familia, cómo no sabe el daño que está haciendo.
Rocky fue nuestra primera mascota y desde él, han pasado más de diez perros y la misma cantidad de gatos por mi casa. Desde que lo perdimos, mi mamá se ha dedicado a cuidar perritos abandonados, los mantiene en la casa y les busca un nuevo hogar. Todo el cariño que no pudo seguir recibiendo Rocky, lo han aprovechado otros perritos que no han tenido la suerte de tener un hogar como él.