La primera vez que utilicé un collar isabelino, fue cuando esterilicé a mi gata. Su periodo de celo coincidió con nuestra mudanza a un nuevo departamento y fue bastante complicado deshacer cajas y escuchar sus chillidos al mismo tiempo. Como no quería volver locos a mis vecinos ni ser desalojada al primer día, me decidí a operarla.
Bastó una noche de ayuno y ya la pudieron intervenir. Mi gata quedó un día en observación en la veterinaria y luego me la entregaron con un pequeño tajito y cara de enojada. No sé qué fue más complicado: si meterle las pastillas del antibiótico sin que las escupiera o acostumbrarla al famoso "cono de la vergüenza". Este artículo es vital en esta clase de operaciones, porque si el animal no lo lleva puesto es capaz de tironearse los puntos hasta abrirse la herida completa.
El primer día que le puse este collar a mi felina, anduvo caminando en reversa y no lograba achuntarle a su plato de comida. Incluso, una vez le cayeron mal los antibióticos y cuando llegué a la casa, la pillé con el cono lleno de vómito y con cara de querer asesinarme. Era común verla durmiendo parada sobre mi televisor, lo que la hacía lucir como una lámpara muy contemporánea. Pero eventualmente se fue acostumbrando, su vientre sanó y al fin pudieron quitarle los puntos.
El collar isabelino es necesario cuando nuestras mascotas sufren algún problema de salud, que puede ser desde una operación, hasta una enfermedad en la piel que esté en tratamiento. Su función es evitar que nuestro animalito se toque, lama o muerda estas zonas delicadas y que estén siendo tratadas. El tradicional es de plástico y va sujeto al cuello, haciendo que nuestro amigo peludo luzca como una antena satelital por un par de días.
Pero también han inventado otras opciones, como el collar inflable. Éste está hecho de vinilo y cubierto en lienzo, por lo que soporta mordiscos y arañazos. La gran ventaja que tiene, es que es fácil de guardar (sólo basta con desinflarlo) y el animal tendrá un mejor campo de visión, por lo que no andará chocando con los muebles y puertas (evitando los rayones) y le será más fácil jugar y alimentarse.
La gran diferencia entre ambas alternativas es el precio: un collar isabelino tradicional de plástico cuesta unos 2 mil pesos, mientras que el collar inflable tranquilamente alcanza los 20 mil. En lo personal, no me gusta gastar mucho dinero en un artículo que mi gata nunca utilizará más de siete días (de hecho, no he vuelto a sacarlo de mi armario).
Recomendaría el collar inflable a quienes no tienen problemas de presupuesto o utilizan este recurso demasiado seguido (ya sea porque tengan un animalito con muy mala suerte o numerosas mascotas). Si se trata de un tratamiento temporal y aislado, ¿por qué no lo tradicional? La decisión queda en sus manos… y en su bolsillo.