De vez en cuando se exponen en los medios de comunicación conductas irracionales de personas, que agreden a animales sin ninguna pizca de piedad ni titubeo: jóvenes que torturan a perros, niños que golpean hasta la muerte a gatos y un largo etcétera, que enciende a la opinión pública, pese a que una parte de la ciudadanía no les quita el sueño como el alza de las bencinas y otras noticias.
Independiente de la indignación que produce en los querendones de los animales, el maltrato animal constituye un problema social mayor que merece especial atención -inclusive de las instituciones gubernamentales- debido a las señales que emite en términos de seguridad y salud mental. Esto, ya que figura como un antecedente clave para detectar a futuros criminales.
Basta recordar la historia tras conocidos psicópatas o asesinos en serie. ¿Cómo olvidar al "Estrangulador de Boston" o al "Vampiro de Dusseldorf", cuyos bautizos delictuales comenzaron con la tortura y asesinato de pequeños seres, para luego extenderse hacia las personas? Pese a ello, es muy común que algunos menores posean conductas agresivas reiteradas hacia el perro de la familia u otra criatura, sin que los padres pierdan el sueño ante ello, por el simple hecho de que la víctima no es humana.
En la psiquiatría, la violencia contra los animales forma parte del diagnóstico de los trastornos de la conducta disocial en la niñez y adolescencia, y que en la adultez, puede escalar a niveles insospechados. Según los expertos, hay condiciones de riesgo para desarrollar este tipo de desórdenes, como aquellos chicos que tuvieron un mal desarrollo cognitivo o que arrastran la pesada mochila de malos tratos y violencia intrafamiliar. Es importante distinguir entre el niño que agrede a una criatura por sus ingenuas exploraciones del mundo (como cuando lanza a un felino para ver si vuela) de aquel que busca generar daño y sufrimiento de manera persistente.
En Chile, el marco legal y, en ocasiones la misma ciudadanía, resta importancia a este tipo de comportamientos. Si bien a fines del 2013, la PDI indicó un aumento de las denuncias por maltrato animal; donde el 74% de los casos se trataba de canes, el 15% gatos, 5% caballos y 3% de aves, aún existe un bajo porcentaje de denuncia que evidencia la falta de educación, empatía y de leyes que combatan de manera integral estos ilícitos. El avance cultural es paulatino, aunque todo indica que es tarea de la sociedad en su conjunto ser el motor de este cambio que irá en beneficio de todos, humanos o no humanos.
La crueldad evidente de estos actos no sólo es alarmante por sí mismo: anticipa, por otro lado, conductas futuras del agresor que ponen en riesgo a toda la sociedad.