Desde que nací que hay gatos en mi casa, por lo que los felinos siempre han formado parte de mi vida, pero el momento más importante fue cuando tuve a mi propia hija gatuna. Esto ocurrió hace 16 años, cuando mi papá me llevó a la plaza a pasear un rato. Estábamos a punto de volver a la casa cuando vimos una caja que emitía sonidos; él se adelantó para ver lo que había en el interior, preferí esperar a que mi papá me diera una señal para acercarme, ya que tal vez podía haber algo que marcara mi niñez de manera negativa. Luego de ver lo ojos brillantes de mi padre, supe que eran gatitos y que estaban en buen estado.
Eran dos gatos pequeños y su mamá, ¡me los quería llevar a los tres! pero mi papá me dijo que no podíamos, ya que mi mamá tenía dos gatas y vivíamos en departamento, por lo que sería mucho. Después de una prolongada "cara de gato con botas", me dejó llevarme a uno pequeño y dejar al otro acompañando a su mamá.
Cuando llegué a mi casa, mi mamá me dijo que me tenía que deshacer de la gata, ya que no se podía quedar. Como buena niña manipuladora, llamé a mi abuela materna y le conté la historia rogándole que hablara con mi mamá para convencerla. Después de una larga conversación, me permitieron quedarme con esa bolita de pelos.
Con el paso de los años mostró una personalidad extrovertida, sobre todo con los gatos machos, llegando al punto de escaparse por la ventana (vivo en un tercer piso) para tener sus encuentros furtivos. Después de dar en adopción a varias docenas de gatos, decidimos operarla, pero antes de eso, nos quedamos con uno de sus hijos más pequeños.
Desde que este último llegó a la casa, la personalidad de "Batata" (mi gata) comenzó a cambiar, ya que todos le hacían gracia al más pequeño, dejando de prestarle atención a ella; de hecho cada vez que llega alguien a la casa, ella lo recibe con cariños y frotes de cola-pierna, solo para encontrar un poco de amor.
Ella me ha demostrado que la teoría de que los animales solo actúan por instinto, sin tener amor, es un completa falacia, ya que el cariño que me ha entregado estos años no tiene nada que ver con conveniencia, porque de hecho mi mamá es la que le da comida y agua, yo sólo le entrego cariños, besos y apretones y aún así, sigo siendo su mamá.
Hoy con 16 años, convertida ya en una viejita, ha sido mi compañera de muchos momentos de mi vida, ya sea viajes, penas, alegrías y enfermedades, entregándome sus cariños y ronroneos, y eso la hace ser la gata más especial de este mundo.