"Cassie" la gata, apareció en mi vida adentro de una mochila y muerta de miedo. Debió viajar desde Curanilahue hasta Concepción oculta ahí y por suerte que no metió mucho ruido o el auxiliar del bus podría haber amenazado con bajarla en la Ruta 160. Pero lo importante es que llegó bien, hasta el loco departamento de estudiantes que -en ese entonces- compartía con otros tres amigos y apenas la soltamos, corrió a esconderse bajo mi cama (costó tres días sacarla de ahí, pero esa es otra historia).
Me la regaló mi pololo, porque cada vez que salíamos a pasear y nos pillábamos un gatito en el camino, yo me agachaba a acariciarlos. Sumado a eso, la minina de uno de sus parientes dio a luz muchas crías y como ella era hembra, su destino en Curanilahue habría sido bastante oscuro. Así que la recibimos en aquel destartalado departamento de Barros Arana y pronto se volvió una más del clan, al punto de que se sentaba a la mesa con nosotros cada vez que había carrete.
Antes de su llegada, siempre me consideré una persona de perros. Tuve muchísimos, porque en Arauco el patio era eterno y ellos corrían libres entre el pasto y los árboles. Aunque esta misma libertad jugaba en contra con respecto a su crianza: nunca logré que pudieran aprender un solo truco. Nunca. Lo más cercano a eso, sería una perrita -que hasta hoy tenemos- que vuela arriba de las vallas de cemento cada vez que quiere arrancarse de la casa, pero eso sería más rebeldía que entrenamiento.
Por eso fue tan extraño para mí descubrir que Cassie sabía ir a buscar y traer la pelota. Ocurrió sin querer, cuando una amiga me regaló una bola hecha de lana y con piedrecitas adentro; no sólo le encantó para morderla, sino que aprendió a traérmela un día cualquiera en que se la lancé, para que dejara en paz los cordones de mis zapatillas.
Traer la pelota no es la única curiosidad que posee ella: también descubrí que las aceitunas la vuelan y la hacen rodar por toda la casa, haciéndole cariño a la alfombra. Además, es una excelente masajeadora de heridas, porque aquella vez en que me atacó un perro ella ronroneaba pegada a la venda, como si supiera que ahí me dolía.
Ahora, Cassie se dedica a una de sus labores más extraordinarias: cuidar a mi abuelo. Aunque enviudó hace sólo dos años, sé que nunca se sentirá solo, porque ella es capaz de perseguirlo por todas las ventanas de la casa hasta que se le asoma una sonrisa y la deja entrar.
Les dejo un video de cuando era apenas una cría y ya nos traía la pelota (favor obviar el desorden de un departamento antiguo donde vivían cuatro universitarios)
Esta es una de las curiosidades de mi mascota ¡Ahora cuéntanos sobre la tuya!